Próximamente aparecerán publicadas las actas de la 1ª Conferencia Académica Ernest Lluch de Economía y Fútbol celebrada en junio en el Auditori 1899 del FC Barcelona, y dedicada al tema del impacto de la crisis en el fútbol. Casi simultáneamente, el presidente del Consejo Superior de Deportes presentaba en la Comisión de Educación y Deporte del Congreso un documento con los resultados económicos del fútbol español en el periodo 1999-2011, unos meses después de que la Comisión Delegada de la Liga de Fútbol Profesional (LFP) aprobara la nueva normativa de control económico para garantizar la sostenibilidad económico-financiera del fútbol español.
El fútbol europeo aparentemente nunca ha tenido una situación mejor. La Champions League es el acontecimiento deportivo de periodicidad anual con mayor audiencia televisiva en el mundo. Los ingresos de los clubes de fútbol europeos han crecido a una tasa anual media del 5,6% en los últimos cinco años, siendo del 6,1% en el caso del fútbol español. Pero al mismo tiempo, los clubes españoles de Primera División en la temporada 2011- 2012 se enfrentan a una deuda de 3.300 millones de euros, el 71% de sus gastos están asociados al personal, presentan cada vez más diferencias en términos económicos y de resultados, y tienen una precaria situación de solvencia financiera.
¿Cómo puede darse una situación de gran éxito de seguimiento y a la vez una manifiesta incapacidad para generar beneficios? La respuesta hay que buscarla en el elevado grado de competencia en los dos mercados en que opera el fútbol: el de jugadores (captación de talento y generación de gasto) y el de seguidores (resultados y generación de ingresos). Dos evidencias empíricas, aparentemente obvias, pero claves para entender su funcionamiento son: la relación positiva entre el gasto en salarios y los resultados, y entre los resultados y los ingresos generados. Es la competencia en esos dos mercados la que hace que el fútbol no sea una industria para hacer dinero. Pero ¿qué puede explicar que los clubes en muchas ocasiones no equilibren ingresos y gastos e incurran en pérdidas?
Las razones, entre otras menos importantes, son: los incentivos generados por un sistema de competición en el que existe el descenso de categoría; la habitual corta vinculación de los responsables deportivos, alejados de la situación económica; y una máxima muy propia de la reciente crisis financiera: “demasiado importante para caer”, lo que hace que los clubes estén dispuestos a asumir riesgos económico-financieros excesivos. Si juntamos estos tres factores al hecho ya apuntado de que los clubes compiten intensamente, principalmente en la captación de talento, no debe sorprender que puedan acabar teniendo pérdidas.
De hecho, las crisis financieras no son un fenómeno nuevo en el mundo del fútbol. Sirvan como ejemplo casos como el Wolverhampton Wanderers, insolvente dos veces en cuatro años; el Borussia Dortmund, rescatado por el Bayern Munich hace 10 años; o la historia reciente de la Liga española, con dos planes de saneamiento desde la creación de la LFP en 1985.
Pero al final la gran mayoría de los clubes de fútbol acaban sobreviviendo. Ello es así porque existen inversores privados dispuestos a entrar en este negocio y porque los clubes representan a colectivos de aficionados, comportando prestigio para ciudades, regiones o países, lo que hace que las instituciones públicas puedan contribuir a la no desaparición de los clubes, vía diferentes tipos de subsidios u otras actuaciones, como las recalificaciones o el patrocinio. De hecho, estos son temas de rabiosa actualidad por las recientes investigaciones abiertas por la Comisión Europea en relación con ciertas medidas de carácter público a favor de algunos clubes españoles.
A fin de mejorar las capacidades económicas y financieras de los clubes, introducir más disciplina y racionalidad en sus finanzas y proteger su viabilidad a largo plazo, en 2012 la UEFA puso en funcionamiento una normativa de fair play financiero, cuyos dos pilares básicos son: la satisfacción puntual de las obligaciones financieras para con otros clubes, con sus empleados y con el Estado, y el equilibrio entre ingresos y gastos futbolísticos (break even rule), de tal manera que los primeros sean iguales o superiores a los segundos con un déficit limitado.
No hay discusión con el primero de estos dos pilares, pero sí hay opiniones encontradas en relación con el segundo, dada la definición de los ingresos futbolísticos, que no contemplan las aportaciones de benefactores. Para unos el problema no son esos benefactores sino los clubes, en su mayoría pequeños, que tienen deudas y que requieren de esos ingresos para evitar que el problema financiero sea mayor. Con reglas que eviten estas aportaciones se está reduciendo el balance competitivo al más alto nivel, aunque la regla, dada la presión a la baja sobre los salarios, pueda ser interpretada como un tope salarial.
Para otros esta limitación de las aportaciones de dinero de benefactores debe entenderse como un incentivo para una mejor gestión económico-financiera de los clubes. La tendencia a gastar más de lo debido responde no solo a la competencia feroz, sino también a que actúan en un entorno con una restricción presupuestaria suave, en la medida en que con una probabilidad alta siempre habrá alguna institución que acuda al rescate de un club en caso de una situación financiera precaria. Esta expectativa de rescate hace que los precios influyan poco en los fichajes, lo que, junto a una oferta de talento limitada, comporta que alcancen niveles insostenibles. Los gestores incurren en mayores riesgos si saben que pueden ser rescatados ex post caso de requerirlo. Asimismo, esta restricción presupuestaria suave se traduce en menores esfuerzos en innovación y desarrollo de productos en la industria del fútbol.
Por otra parte, la regulación de la UEFA no está dirigida a resolver otro de los problemas: la creciente desigualdad entre los clubes. La solución no es unánime, planteándose dos alternativas posibles. La primera sería abolir el sistema de descensos y ascensos y crear una Liga Europea con los grandes clubes al estilo de las Ligas profesionales americanas. La segunda es adoptar un sistema que equilibre los recursos de los equipos grandes y los pequeños, que se traduce en “tomar” dinero de los grandes clubes y transferirlo a los pequeños. La cuestión es cuál de estas alternativas generará una competición atractiva para el público en la que los clubes sean financieramente viables. Si se opta por la primera de las alternativas la solución está en manos de los grandes clubes (ECA), pero éstos, hasta ahora, se han manifestado partidarios de jugar las competiciones europea y nacional simultáneamente.
En el contexto actual no hay espacio para regulaciones orientadas hacia el balance competitivo, dado que el sistema de ascensos y descensos da relevancia específica a los distintos partidos que se juegan. Asimismo, si las regulaciones para favorecer el balance competitivo deben ser europeas, ¿cuál será el estándar de referencia para un tope salarial: el de una Liga como la española o el de una como la de Estonia?
En el futuro más inmediato no son previsibles grandes cambios en la estructura de la competición con esa doble dimensión europea y nacional. Una estrategia inteligente debe mantener y mejorar los elementos que han hecho del fútbol europeo el espectáculo deportivo más atractivo y seguido en el mundo, evitando que la regulación excesiva o innecesaria pueda hacer que cambie de localización (Brasil, países asiáticos), a la vez que haga más viable y sostenible en términos económico-financieros la existencia de los clubes.
Jaume García es catedrático de la Universitat Pompeu Fabra; Plácido Rodríguez es catedrático de la Universidad de Oviedo; y Stefan Szymanski es catedrático de la Universidad de Michigan
El Pais