El barrio valenciano de El Cabanyal vive desde hace años pendiente de una espada de Damocles con forma de excavadora. En 2007, con la intención de documentar un patrimonio que corría el riesgo de desaparecer, la editorial L’Oronella publicó la primera edición de Houses from El Cabanyal [Casas de El Cabanyal], un volumen lleno de fotografías que ponen en valor el “modernismo popular” valenciano que hace singular a este barrio marinero. Esta segunda edición constata la destrucción del barrio: 25 casas han desaparecido y tres de ellas han sido reformadas perdiendo los azulejos que las hacían valiosas.
Aldabas con formas animales, forjas en forma de lira, mosaicos con coloridas teselas con flores o detalles de trencadís rematando las fachadas, componen un rico patrimonio accesible a escasos kilómetros del centro de Valencia.
Clasificadas por zonas y con información sobre su estado de conservación y el futuro que les augura el Ayuntamiento de Valencia, las 400 imágenes que componen el libro dan idea del enorme valor arquitectónico de un barrio que se niega a derrumbarse.
El capítulo más impactante es el de Lost Houses [casas perdidas]. “En 2007 había 300 casas de azulejos, se han perdido 28 y hay 42 que irían al suelo según el Plan Especial de Protección y Reforma Interior (PEPRI) del Ayuntamiento. En siete u ocho años nos quedaríamos sin una tercera parte de este patrimonio”, explica Felip Bens, editor del libro.
El volumen, que contiene imágenes del fotógrafo valenciano Germán Caballero y textos de seis autores multidisciplinares que viven en el barrio hace un recorrido desde la avenida de Tarongers hasta la calle de Francisco Cubells y desde Serrería hasta el mar. La primera edición tuvo muchas ventas fuera de España y este segundo volumen contiene información en tres idiomas, valenciano, castellano e inglés, para ayudar al objetivo de la difusión del patrimonio.
En el fondo, Felip Bens guarda esperanzas y confía en la resistencia del barrio y en el poder vecinal: “Han destruido muchas casas pero soy más optimista que en 2007 porque hay un movimiento vecinal fuerte, los jóvenes vuelven al barrio y los hosteleros toman conciencia de que el patrimonio puede ser también un activo económico”.