La tortura no cesa. Cuando uno cree haber llegado al límite del espanto en torno a la situación actual, siempre hay alguien capaz de enhebrar una idea, de exponer una tesis o de enarbolar un hallazgo intelectual que consigue empeorar las cosas y aumentar el nivel de depresión. Hemos pasado de anunciar cada día del año el advenimiento de la primavera, con su eclosión de brotes verdes y su exuberancia floral, a arrancar de cuajo cualquier asomo de optimismo, como si de un matojo de mala hierba se tratara. Usted, por ejemplo, podría haber albergado un ápice de esperanza por el hecho de que en Europa empiece a cuajar la idea de que mantener durante mucho tiempo las actuales cifras de desempleo juvenil supondría una especie de suicidio colectivo. Y de que, aunque ahorrar nunca es malo, quizá convenga rascarse un poco el bolsillo para no condenar a nuestros hijos a ser testigos impotentes de cómo nos hacemos más viejos y más pobres.
Usted piensa entonces que por fin alguien ha entendido algo en ese pandemonio de Bruselas. Pero, de inmediato, el gran hermano detecta el peligroso signo de esperanza en su rostro y actúa de manera fulminante. «La clave es saber si queremos que los jóvenes tengan un trabajo peor pagado y con menos derechos, o ningún trabajo en absoluto». Eso fue lo que contestó el pasado jueves la canciller alemana Angela Merkel cuando le preguntaron por la posibilidad de subir los salarios más bajos para estimular así el consumo y ayudar al crecimiento económico. Acabáramos. La esperanza era esto. No se trata de hacer sacrificios para aspirar a una vida mejor en el futuro, sino de escoger entre vivir enfermos para siempre o directamente morirnos. Gracias, canciller. Con frases como esa consigue usted que incluso quienes consideramos a Françoise Hollande como un cruce entre Forrest Gump y el Principito empecemos a apreciarlo, aunque solo sea por no amargarnos la vida.
Pero hay que decir que también aquí tenemos nuestra propia escuela de aguafiestas, de sembradores de ira y depresión. Si en su calendario ciclotímico a Rajoy le toca el día optimista y nos dice, sin saber muy bien por qué, que ya hemos tocado fondo, la policía del entusiasmo se despliega veloz para reprimir cualquier amago de ilusión. Ahí tenemos por ejemplo al gobernador del Banco de España, Luis María Linde. Parecía difícil encontrar a alguien capaz de hacer bueno a Miguel Ángel Fernández Ordóñez, pero vamos camino de conseguirlo. Situado ante el desafío intelectual de aportar soluciones al paro juvenil, la contribución del gobernador ha sido acabar con el salario mínimo (645 euros al mes), que al parecer es un derroche, y con el convenio colectivo. Bien, Luis. Ahí te has ganado tu sueldo de 165.000 euros. Claro que siempre habrá quien opine que te has quedado corto. Que para qué gastar nada, si la mejor manera de acabar con el paro de los jóvenes es esperar a que crezcan.
Gonzalo Bareño
Fonte: La Voz de Galicia
04/06/2013