11
dez
2014

Han pasado veinte años y el árbol continua firme, poderoso, bien enraizado en la tierra y con las ramas a la búsqueda permanente de la energía del cielo. Ese árbol de la vida que un día imaginó José Luis Gómez en el campo segoviano y que el pintor José Hernández hizo realidad. Ese árbol a cuya sombra son citados a gorjear, cual mil suertes de pintados pajarillos, vecinos del pueblo para saludar a la fresca aurora y, de paso, jugar en ese universo picaresco y libertino de los Entremeses de Cervantes.

Han pasado veinte años desde el nacimiento del Teatro de la Abadía y su director, José Luis Gómez, lo celebra con un emotivo reencuentro con esos Entremeses, el segundo de los espectáculos —el primero fue Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte, de Valle-Inclán— que puso en marcha y que forma parte ya de la memoria colectiva del centro, además de convertirse entonces en un gran éxito de público y crítica. Entremeses, la agrupación de tres obras en una sola unidas por interludios y canciones (La cueva de Salamanca, El viejo celoso y El retablo de las maravillas), está interpretada por algunos de los actores que pertenecieron al reparto original. Su estreno en Madrid, tras su paso por Valladolid este próximo fin de semana, tendrá lugar el día 17.

“Entremeses es el paradigma de lo mejor que hemos hecho y podemos hacer en la Abadía. Es una fusión que raramente se puede ver entre cuerpo, palabra, sonido y sentido de la palabra. Nos estrenamos en 1995 con Valle-Inclán, una escritura más provocadora que Cervantes, porque no encontré al principio la idea de ese árbol central en torno al que dar la continuidad de espectáculo para esas pequeñas obras, esas tres piezas minúsculas de Cervantes casi perfectas”. La sabiduría, autoridad y buen hacer de José Luis Gómez (Huelva, 1940) en los ensayos de la obra —“Ándale, cariño, gracias”, repite una y otra vez— es como ese árbol firme que preside el escenario de Entremeses. Más tarde, a solas y en una sala del teatro, la mirada de Gómez se nubla de lágrimas, que no oculta, al reflexionar sobre la emoción de este reencuentro. “Cuando retomé los ensayos me empezaron a pasar un montón de cosas en el plano emocional. Ha pasado mucho tiempo. Ahora, más curtido y más hábil que entonces, me doy cuenta de que la encarnación de la lengua en mí a través del trabajo de todos estos años se ha hecho realmente potente. Sentir la lengua y darse cuenta de que yo me volví aquí, a mi país, para recuperar la lengua. Y cuando uno dice lengua, dice lengua dice paisaje, familia, patria. Esa lengua del gran árbol de la palabra que es Cervantes”.

Qué mejor regalo a ese público fiel de la Abadía que con Cervantes, proclama el actor, director y académico de la Lengua “Desde que soy académico he redescubierto de alguna manera hasta qué punto Cervantes lleva la lengua a un punto de máximo esplendor, hasta qué punto la lengua se vuelve mundial con Cervantes. Como decía Azaña, todos somos criaturas cervantinas. Así lo siento yo. Había que volver a Cervantes en bandeja de oro”.

Estos nuevos Entremeses, con la misma escenografía que hace veinte años, han ganado, sin embargo, en levedad y ligereza. Hay también menos subrayados y más ajustes espaciales, en medio todo de un espectáculo divertido y musical. “Esa multitud de arborescencias, rizomas y plantas adventicias” de las que habla Juan Goytisolo para referirse a estas “pequeñas obras maestras”, cuenta con cuatro de los actores que protagonizaron la obra en aquellos inicios de La Abadia. Son Inma Nieto, Elisabet Gelabert, José Luis Torrijo y Miguel Cubero. El reencuentro con Cervantes y los compañeros, ha sido, dice Nieto, un regalo del tiempo. “Antes éramos unos chiquillos. Hemos cambiado, pero creo que el tiempo ha sido benévolo con todos. Igual tenemos una energía distinta, pero hemos aprendido muchas cosas”, dice Torrijo. “Una energía desbordante que ahora se ha convertido en poder, en esa sensación de llevar las riendas”, añade Nieto. “Nos ha dado la oportunidad de terminar de estrujar los papeles de hicimos hace años. Entonces no teníamos experiencia y lo compensábamos con otras cosas. Ahora, creo que aportamos mayor riqueza”, dice Gelabert, mientras Cubero habla de un disfrute completo y divertido. Una recompensa colectiva que está en el ADN de La Abadía —”la mejor inversión de mi vida ha sido este teatro”, confiesa Gómez —y que se se vive en escena al final de Entremeses. Con esos vecinos que, a los sones de un canto lleno de nostalgia, con el sol besando el horizonte, a la espera de las estrellas que darán temblor a la luz de la noche, regresan al árbol de la vida.

El Pais

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