Ser una ciudad inteligente es ahora el objetivo de los gobiernos de los principales núcleos urbanos y, al parecer, Barcelona lo está haciendo muy bien, ya que ha conseguido este año la primera posición en el ranking de smart cities mundiales de Juniper Research, por encima de ciudades como Nueva York o Londres. La administración de la ciudad continúa con su proyecto de reinventar la ciudad, con el objetivo de relacionar a la ciudadanía con su entorno urbano y conectar las iniciativas innovadoras, utilizando la tecnología como medio. «La tecnología no sirve de nada en una smart city, si no se conecta a la población con ella», puntualiza Edward Glaeser, profesor de Economía en la universidad de Harvard, sobre el desarrollo de las ciudades en el ciclo de conferencias El futuro de Europa de la Obra Social La Caixa. De acuerdo con lo que afirma Glaeser «las ciudades prósperas no se basan en llenarlas de tecnología que su población no entiende, lo importante es invertir en el progreso de la población, para crear nuevos emprendedores que sigan aportando nuevas ideas para su ciudad». Para Gleaser, el pilar fundamental para crear un smart city es la inversión en su sistema educativo, y tiene claros los requisitos que debe tener la ciudad que quiera volverse smart: «Es necesario un gobierno serio y eficaz que garantice una base de seguridad, transporte y salud, y por otra parte un sistema educativo y formativo que ofrezca igualdad de oportunidades y capacidades de innovación a las nuevas generaciones y a las empresas».
Esta línea es la que busca el Ayuntamiento de Barcelona con su programa BCN Smart City, y es que María Galindo, smart city business development en el Ayuntamiento de Barcelona, comparte la visión del economista sobre las ciudades inteligentes: «Son ciudades más sociales, en las cuales la tecnología es un buen medio pero no el objetivo», comenta Galindo, encargada de las conexiones con las empresas del sector privado para llevar a cabo los 22 programas de los que consta la estrategia de reinvención de Barcelona, que con una organización holística de aunar todos los sectores que influyen en la ciudad, se concreta en 180 proyectos que engloban la nueva Barcelona «más sostenible, inclusiva y productiva», según presenta Galindo.
Ya se encuentran en las calles de la ciudad sensores que analizan la calidad del aire, que miden el ruido, controlan el aparcamiento o actúan como mecanismo de iluminación inteligente. También los transeúntes son detectados en la calle por sensores que observan la actividad de las personas, para así controlar en qué zonas o recorridos de la ciudad hay más gente. En cuanto a la máxima de Edward Glaeser de conectar a la sociedad con la renovación de su ciudad, Galindo asegura que se lleva a cabo la difusión del proyecto por varias vías, con especial atención en los centros educativos: «Presentamos proyectos sociales para la vida diaria de los ciudadanos, como la asistencia a la tercera edad, o la seguridad de los niños, para la cual se ha instalado un sensor en el poste de parada de autobuses escolares, para así conocer cuándo llegan los niños a sus escuelas o cuándo vuelven hacia sus casas y enviar un mensaje al móvil de los padres con tal de informarles de que sus hijos han llegado con seguridad».
Cultivar ideas emprendedoras tiene un lugar de importancia en la Barcelona del desarrollo, según comenta Galindo: «Queremos cohesionar las ideas que surgen del talento que hay en la ciudad y cultivarlas para que crezcan y exportarlas». De este camino surge la iniciativa del Barcelona Institute of Technology (BIT), presentado hoy en el marco del Mobile World Congress, que pretende reunir la cantidad de ideas emprendedoras relacionadas con la smart city y fomentar alianzas para llevarlas a cabo: «Se trata de un proyecto social, pero también de progreso económico» apunta Maria Galindo.
El talento para crear ideas aplicables a la smart city es palpable, como es el caso del Instituto Catalán de Nanociencia y Nanotecnología (ICN2), donde sus investigadores han innovado al incrementar los niveles de resistencia de un material que actúa como conductor eléctrico a temperatura ambiente cuando se aplica la presión de una punta muy fina. Este descubrimiento denominado piezo-resistividad significa que menos de 1 miligramo de fuerza, que sería como el peso de una hormiga, aplicada sobre un área nanoscópica equivale a presiones de 100 toneladas por centímetro cuadrado, el peso de 20 elefantes. El profesor Gustau Catalán, quien lidera la investigación, destaca sus múltiples aplicaciones reales: «Debido a que se trata de una técnica que se puede realizar a temperatura ambiente, es aplicable en sensores para smart city». Xavi Martí, de ISG Research, avistó esta nueva oportunidad de mercado, y en el próximo mes el prototipo final del experimento estará listo para probarse en el campus de la Universitat Autònoma de Barcelona como sensor de aparcamiento. «Si funciona a la perfección, esta nueva idea podría tener múltiples aplicaciones, como sensores de recorrido en el suelo, de recolección de basura o de tuberías y desagües. Es una necesidad para muchos sectores de la smart city», comenta Xavi Martí.