Octubre arranca en veroño, esa amalgama de verano y otoño que por su benignidad climática, cada vez más acusada, depara estupendas posibilidades playeras. Los datos afirman que, una vez sumergido el termómetro en el Mediterráneo, el mercurio asciende con mayor fuerza en octubre que en junio. Hay ofertas imbatibles y mil facilidades de aparcamiento para los que hayan sabido reservar unas jornadas junto al mar.
1. Al sur de Mallorca
Es Carbó (Colònia de Sant Jordi, Ses Salines, Mallorca)
La costa que linda con la finca S’Avall, predio de la familia March, nunca fue pasto de las inmobiliarias, por lo que se ha preservado buena parte del cono sur mallorquín. Dejamos atrás la afluencia récord de este verano y aparcamos junto a la playa del puerto. Caminamos después durante media hora, sin desnivel, hasta la playa de Es Carbó, dejando atrás media docena de pintorescos escars o casas-varadero. Tan idílico es el enclave (salvo por la valla de rejilla que delimita la finca) que algunos toman el sol a puro cuerpo. Frente a la arena blanca navegan los islotes de Na Moltona. La playa cuenta con papeleras.
2. La materialización de un sueño
En Turqueta (Ciutadella/Ciudadela, Menorca)
Hubo un tiempo en que propietarios menorquines cobraban peaje por acceder en coche a varias calas. Y lo hacían hasta el 12 de octubre, lo que evidenciaba las condiciones playeras que se extendían al otoño. La fama precede a En Turqueta, playa del Migjorn (sur) literalmente asediada en verano y que en octubre se muestra muy hospitalaria. Su aparcamiento dista 800 metros; y no es hasta por la tarde cuando se recomienda acudir, toda vez que por las mañanas recalan barcos turísticos procedentes de Cala’n Bosch y Ciudadela. El rumor de las olas domesticadas, la luz refulgiendo en el lecho marino con una amplia paleta de tonos turquesa, la entrada en el azul donde hay que cansarse hasta hacer fondo: todo aquilata su lugar de privilegio en el litoral español.
3. Bañera entre farallones
La Mar Menuda (Tossa de Mar, Girona)
Los farallones del arenal más al norte de la bahía de Tossa de Mar, tan ceñidos a la iconografía costabravense, son permanente reclamo para los caladictos. La Mar Menuda tiene algo familiar al estar a resguardo de los temporales —no es trivial su nomenclatura—, por su paseo marítimo que la conecta con el casco viejo y por su zona de baño entre peñascos, a la que llaman La Bañera de las Mujeres, que gusta mucho a los niños por su escasa profundidad. Uno de los roquedos sigue conservando un pino imposible en su cúspide. La orientación de estos 70 metros de cala permiten aguzar la vista sobre el recinto amurallado. El 15 de octubre deja de aplicarse la zona azul para el aparcamiento.
4. La playa certificada
Puerto de Sagunto (Valencia)
El Puerto de Sagunto (45.000 habitantes) ha sabido amasar en su playa una personalidad urbana. Este puerto comercial sirve de barrera a las corrientes —lo mismo que en Valencia y Castellón de la Plana—, generando un desierto de 1,2 kilómetros de largo, cuyos cien metros de anchura ya serían suficientes para visitarlo. Dunas colonizadas, certificaciones para aburrir (banderas azules, Qualitur y Q de Calidad; premio a la accesibilidad; ISOS 14001 y 9001, etcétera…), restaurantes abiertos todo el año (apuntar el Candela, www.candela-restaurante.com) son sus rasgos característicos. Si nos da por tomar un helado italiano, tenemos Venetta. Luego subir al alto horno musealizado.
5. Tarragona se viste de rojo
Estany Podrit (L’Ametlla de Mar, Tarragona)
Cuando los tarraconenses quieren alardear de cala recóndita, suelen acordarse de l’Almetlla de Mar. En la zona de Santes Creus, declarada PEIN (Plan de Espacios de Interés Natural), se encuentra la cala del Estany Podrit, de acantilado bajo color carmín. Favorece la intimidad de los bañistas su rompiente de cantos rodados en los extremos y arena fina —y escasa profundidad— en la parte central. Tiene la doble ventaja de su lejanía de las urbanizaciones y el estar asombrada con pinos, junto con acebuches en su parte trasera. Solo el estruendo del paso de los trenes rompe la placidez. La atraviesa el sendero Gr-92. Para llegar, dejar a mano izquierda el campin Ametlla (www.campingametlla.com), con restaurante recomendable.
6. Única sombra natural de La Manga
Cala del Pino (Cartagena, Murcia)
Habrá otras playas más desarrolladas o activas deportivamente en el mar Menor, pero no embellecidas con un apretado boscaje de pino piñonero como ésta, reliquia de cuando pervivían también sabinas moras —aún quedan tres mal contadas—, además de dunas donde antaño desovaban las tortugas. Alemanes e ingleses se encargan de mantener el escenario impoluto. La planitud es un elemento primordial de las playas marmenorenses. Las aguas someras son ideales para aprendices del arte de nadar. La del Pino, al estar apoyada en la única montaña de La Manga (en realidad el monte Blanco no es sino una duna fósil), presenta hondura a solo 50 metros de la orilla. Enfrente, las islas del Sujeto y Rondella se anteponen a magníficos ocasos.
7. Daiquiris bajo la torre
El Tesorillo (Almuñécar, Granada)
Al amparo de la torre artillada del Tesorillo (siglo XVIII), cuyo promontorio sirve de parapeto contra el viento de levante, se estira un sector arenoso de 90 metros delimitado por un resalte rocoso, tras el cual prosigue el tramo de la playa de Velilla conocido como El Silencio. El Tesorillo, de alto grado de ocupación estival, se esponja notablemente en otoño, con la presencia cosmopolita de alemanes e ingleses disfrutando de la arena, así como de las ensaladas tropicales y/o los combinados del chiringuito Uha (chiringuitouha.com), inaugurado en 1987. La torre está habitada, lo que no impide poder rodearla por el acantilado.
8. La Ibiza montuosa
Cala Salada (Sant Antoni de Portmany, Ibiza)
En cuanto desaparece el abarrotamiento estival, cala Salada se nos figura como una caleta de reposo apuntando al norte de Ibiza. Sin casi oleaje, comparte sus 200 metros de angosta franja de arena tanto con varaderos tradicionales como con pinos en cuanto el rojo acantilado les da la mínima tregua. El agua diamantina toca también roquedos planos donde muchos no dudan en asolearse. Entre pinos y rocas se llega enseguida a la cala Saladeta, en cierta medida naturista. El mejor selfie: desde el restaurante Cala Salada (971 34 28 67; cierra en noviembre), elevado sobre la cala. Desde 1982 garantiza la felicidad del estómago con calderetas y arroces.
9. Abrupta belleza
Cala del Mascarat (Altea, Alicante)
La costa de Altea ya cercana al morro de Toix, lindante con Calpe, es tan urbanizada como pedregosa. Nadie diría que esconde un rincón salvaje. Bajamos hacia Marina Greenwich (Campomanes) y giramos a la izquierda en dirección a la playa de la Barra, toda de bolos, con su chiringuito Mascarat. Detrás de éste seguimos a pie hasta bordear el inaparente edificio Panorama, a cuyos pies arranca la senda de cabras, resbaladiza por la gravilla —abstenerse niños y personas con movilidad reducida—, que desciende a la caleta del Mascarat. Una vez en lo hondo impera la naturaleza, la tranquilidad; apoyados en la barreta de Toix, abundamos en la dialéctica entre urbanismo feroz y medio ambiente.
10. Infalible Cabo de Gata
Cala del Cuervo (Las Negras, Níjar, Almería)
La cala de San Pedro casi monopoliza las visitas a Las Negras, olvidando, justo en sentido contrario, esta caleta de fácil acceso situada cerca del campin La Caleta (www.campinglacaleta.com): único campin marítimo del parque natural del almeriense Cabo de Gata. En la cala del Cuervo nos topamos con una combinación de arena gruesa y roca entallada en la base del cerro de la Molatilla. A veces la recorren buceadores con tubo respirador, mientras los submarinistas doblan la punta en busca de cuevas marinas.
El Pais