04
nov
2015

Resuenan tambores en el Paseo del Prado. Chamanes altivos sostienen la mirada desde las paredes de las salas y un tipi sorprende a las hordas de visitantes que todos los días asaltan el Thyssen a partir de las 11 h. de la mañana. Cuando se cierra el semáforo y el tráfico se calma, por un momento escuchan el fragor de la estampida de los bisontes.

No es ilusión, es el lejano Oeste recién desembarcado en el centro de Madrid. En un guiño admirable para los colchoneros, indios en rojo y blanco al fin y al cabo, que tienen su punto de encuentro y celebración del Atlético en la plaza de Neptuno, junto a la que desde hoy acampan los pieles rojas.

El Museo Thyssen-Bornemisza (Paseo del Prado, 8) presenta La ilusión del Lejano Oeste, la que sin duda debe calificarse como la más original de cuantas exposiciones ha organizado hasta ahora. Tanto que, antes que una muestra al uso, es un viaje directo al lejano Oeste, a esa tierra donde los sueños, las ilusiones y la propia naturaleza del ser humano acampan como nunca lo han hecho en ninguna otra parte.

El romanticismo y la admiración hacia aquel mundo perdido se dan cita en esta muestra, tan inusual como suele ser la presencia de la baronesa Thyssen en las recientes inauguraciones de su museo. No es de extrañar, pues la baronesa tiene mucho cariño a lo que representa un universo tan cercano a la naturaleza y a los tiempos en que vivíamos en armonía con ella, que ya solo es posible encontrarla en exposiciones como ésta. No hay más que recordar su encadenamiento en 2007 a los venerables árboles situados delante de su museo, para defenderlos ante una infausta Corporación que se los quiso llevar por delante.

Y es que esta exposición tiene mucho que ver con la tierra, con la naturaleza y con unos hombres que supieron entender que era su madre, el origen de todas sus cosas. Todo ello desborda en las pinturas, las fotografías y los variados objetos cotidianos que reúne. Todos ellos nos cosen a un mundo que vivieron unos hombres que llamamos pieles rojas. Hombres, lo vemos en cada una de las obras seleccionadas, que supieron vivir en armonía con el medio natural durante toda su historia, hasta que concluyó cuando el hombre blanco llegó a su lejano territorio para acabar con semejante equilibrio.

Al frente de la exposición sacan músculo muchos de los grandes jefes que hicieron que el Far West fuese lo que es. Como las fotos del grandísimo Edward S. Curtis, a veces recreadas o impostadas, de ritos que, cuando él visitó aquellos territorios, ya se habían extinguido, pero que fue capaz de que sus indios las volvieran a representar para que él las inmortalizase una vez más, la última, con los disparos incruentos de su cámara.

El Mundo

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