Políticos de alta alcurnia han sido sorprendidos estos días con las manos en la masa y han provocado la ira de la protesta callejera en todo Brasil. Mientras calles y plazas criticaban los gastos inútiles del Gobierno, que acaban desembocando en una fiesta de corrupción política y cuyo coste millonario es substraído a los servicios públicos de los ciudadanos, altos mandos del Ejecutivo volaban en aviones del Ejército o helicópteros del Gobierno para misiones nada trascendentales.
El presidente del Congreso, Henrique Eduardo Alves, usó un avión de las fuerzas armadas para asistir con su novia, familia y amigos a un partido de la Copa de las Confederaciones al estadio Maracaná de Río de Janeiro. El presidente del Senado, Renan Calheiros -del que más de un millón de firmas piden su salida por estar bajo proceso en el Supremo- fue en otro avión militar a la boda de la hija de un político amigo suyo a la localidad turística de Trancoso, en el estado de Bahia. El ministro de Previsión Social, Garibaldi Alves, también usó otra aeronave de las fuerzas armadas para asistir a otro partido en el Maracaná, y el gobernador del Estado de Río, Sérgio Cabral -cuyo piso del barrio noble de Leblon está cercado desde hace una semana por manifestantes que le impiden ir a dormir en él- ha estado empleando desde hace tiempo el helicóptero oficial de su Gobierno, comprado por ocho millones de dólares y bautizado desde ahora como el helicóptero de la alegría, para irse cada fin de semana a su finca de Mangaratiba, a 80 kilómetros de la capital carioca, según la revista Veja. El helicóptero suele hacer varios viajes cada vez, de acuerdo con la publicación: primero lleva a las empleadas y al perro, después a la familia. A veces la esposa de Cabral se olvida algún vestido y el helicóptero vuelve a recogerlo, o las empleadas salen a hacer alguna compra.
En un primer momento, los dos presidentes, tanto del Congreso y del Senado, intentaron justificar con la ley en la mano que tenían derecho a utilizar esos aviones militares, porque como líderes de ambas cámaras, viajan siempre representando al Congreso. Al final, presionados por la opinión pública y por las protestas de la calle, los tres han pedido disculpas y han empezado a devolver a las arcas públicas lo que habían gastado.
Cada vuelo nacional de uno de esos aviones del Ejército cuesta de media 70.000 reales (24.000 euros), de los que han devuelto la mitad. El gobernador Cabral aún no ha informado de lo que piensa hacer ni ha justificado aún el uso del helicóptero oficial para sus vacaciones semanales.
Los analistas políticos han subrayado que el comportamiento de los políticos, justo mientras en la calle arde la protesta contra la corrupción política, supone o un desconocimiento de la gravedad de las manifestaciones o una verdadera provocación. Y no saben cuál de ambas posturas les preocupa más.
La opinión pública ha recordado que incluso en viajes oficiales, los políticos tienen pagados los billetes en vuelos civiles, y que el uso de aviones del Ejército está reservado para casos excepcionales. ¿Era algo excepcional y urgente ir con amigos a ver un partido de fútbol o a asistir a la boda de un amigo?
Curiosamente, la protesta brasileña se está centrando cada día más en un común denominador: el divorcio entre las exigencias de la sociedad y el mundo en el que actúa la clase política. “Es como si ambos hablasen dos lenguas diferentes”, comenta un sociólogo.
Los manifestantes creen que la verdadera reforma política que la presidenta Dilma Rousseff quiere hacer a través de un plebiscito popular -cada vez más puesto en duda por los mismos partidos que apoyan a su Gobierno- debería comenzar por la pérdida por parte de los políticos de los “escandalosos privilegios acumulados” durante años. Empezando por sus sueldos, entre los mayores del mundo. Todo ello no dejará de tener fuertes repercusiones, afirman los asesores de imagen de los políticos, cuando más de 80 millones de electores van a ir a las urnas el próximo año para elegir presidente de la República, diputados, senadores y gobernadores.
El clima en la calle, en efecto, sigue tenso. Ya no es solo la clase media la que ha levantado su voz de protesta. Lo han hecho también los camioneros y otros trabajadores. Este domingo, una manifestación procedente de la famosa favela de Dona Marta, en el castizo barrio de Botafogo (Río de Janeiro), bajó a la ciudad para pedir mejoras en los precarios servicios públicos de las comunidades marginales.
Fonte: El Pais