El mensaje que el Papa dirigió a todo Brasil, desde la comunidad de la Varginha, hablaba esencialmente al espíritu y no al cuerpo, al contrario, por ejemplo, de la retórica de la Teología de la Liberación, la corriente de la iglesia supuestamente más dedicada a la cuestión social.
El Papa en ningún momento de su corto texto mencionó los sistemas políticos o económicos. El eje central de su mensaje son valores inmateriales, lo que es coherente con trechos de sus discursos anteriores desde la llegada a Rio.
Tanto es así que el Papa puso por encima del hambre de estómagos vacíos “un hambre más profunda” y ésta, añadió, “solo Dios puede saciarla”.
En su mención a los pilares fundamentales de una sociedad predominan valores, como la familia, “educación integral”, la salud, incluida la espiritual. Hasta la violencia, fenómeno que ciertamente convierte en un infierno la vida de la comunidad, “solo se vence a partir del cambio en el corazón de la gente”, dijo el Papa.
También enfatizó la solidaridad, para lo que el Papa recurrió a una vieja y conocida frase popular, la de que, en caso de necesidad de alimentar una boca más, basta adicionar agua al puchero. En términos menos populares, dejó claro que compartir no es quedarse más pobre, sino enriquecerse.
O sea, el valor de la solidaridad, que impregna el catolicismo (y todas las religiones), supera los bienes materiales. Es un mensaje tradicional de la iglesia, pero muy difícil de vender al público en una era de consumismo y hedonismo.
Respecto al resto, el Papa dijo lo obvio y lo que todos sus antecesores de una manera u otra ya dijeron, al hacer “un apelo a quien más recursos tiene, a las autoridades públicas y a todos los hombres de buena voluntad empeñados en la justicia social: no se cansen de trabajar por un mundo más justo y solidario. Nadie puede permanecer insensible a las desigualdades que aún existen en el mundo”.
Desde por lo menos la encíclica “Rerum Novarum”, de León XIII, publicada en 1891, es esa la plegaria de la iglesia, lo que no ha impedido que las desigualdades continúes y, peor, en los últimos años, se amplien en algunos países ricos, antes menos desiguales.
El Papa ciertamente diría, a propósito de eso, que la causa es la falta de un Dios capaz de saciar el hambre de felicidad.
De forma indirecta, Francisco avaló la propuesta que la presidenta Dilma Rousseff le hizo, de colaboración en acciones contra la pobreza. El Papa ofreció “colaboración en cualquier iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre”.
En conjunto, un mensaje atemporal, como suele ser propio de la iglesia.
CLÓVIS ROSSI // Traducido por MARÍA MARTÍN
Folha de São Paulo