06
nov
2014

El murmullo de la batalla aún se podía sentir ayer durante la presentación de la exposición dedicada a Bernini en el Prado (hasta el 8 de febrero), incluso entre la quietud marmórea de las piezas estrella de la muestra: dos Ánimas, una “condenada” y la otra “bienaventurada”, ambas esculpidas con solo 19 años por el gran genio del barroco romano.

El origen del fragor estaba en el enfrentamiento entre la pinacoteca y Patrimonio Nacional, que reclamó en verano y por carta (firmada por su presidente, José Rodríguez-Spiteri), la devolución de cuatro obras maestras depositadas en el museo por ley desde 1943: El jardín de las delicias y La mesa de los pecados capitales, de El Bosco, El descendimiento de Van der Weyden y El lavatorio de Tintoretto. El primer daño colateral de aquella pelea, que el Gobierno truncó al comienzo de las hostilidades, afectó a la propuesta inicial del comisario de la muestra Delfín Rodríguez, catedrático de Historia del Arte de la Complutense; los préstamos solicitados en julio por el Prado —el broncíneo Cristo crucificado (1654), del Monasterio del Escorial, y el Modelo de la Fontana dei Quattro Fiumi, conservado en el Palacio Real— fueron denegados.

“Dijeron que no estaban disponibles”, explicó ayer el director adjunto del Prado Gabriele Finaldi. Dado que una institución depende del Ministerio de Cultura (el museo) y la otra, de Vicepresidencia, no hubo instancia superior con capacidad para deshacer el entuerto. Y así fue como la muestra, titulada Bernini en España, se convirtió, sin las dos obras clave, encargos de Felipe IV para El Escorial, en Las ánimas de Bernini, Arte en Roma para la Corte Española.

El director del Prado, Miguel Zugaza, pidió varias veces ayer que, al menos, las dos piezas ausentes puedan ser visitadas por los amantes del arte durante el tiempo de la exposición. El Cristo está en las salas capitulares del Escorial y el modelo, en el taller de restauración.

Ambas —tocadas, eso sí, por un asterisco que subraya que no están en el recorrido— figuran en el catálogo (que, por terminar de enredar las cosas, luce un tercer título: Bernini, Roma y la Monarquía Española). Patrimonio Nacional prefirió ayer no hacer comentarios “sobre el enfrentamiento”, mientras que el responsable del Prado aseguró que su “voluntad de cooperar sigue intacta”. Como prueba de ello, citó el hecho de que la enorme tabla El Calvario, de Van der Weyden, propiedad de Patrimonio, esté siendo restaurada en los talleres de la pinacoteca.

Hechas las puntualizaciones, comisario y responsables del museo invitaron a los asistentes a celebrar lo que está, en vez de lamentar lo que falta en una muestra, que, paradójicamente, toca también el arte de la diplomacia. Razones sobran: la exposición, “pequeña pero exquisita, casi de gabinete”, según Rodríguez, que asiste estos días a la “realización de un sueño autobiográfico” tras “treinta años entregado al tema”, es la primera dedicada en España a Gian Lorenzo Bernini (Nápoles, 1598-Roma, 1680).

Organizada en torno a las complejas relaciones artísticas, culturales, diplomáticas y políticas que el artista mantuvo con Felipe IV, Carlos II y sus embajadores en el siglo XVII, marca también el debut español de las Ánimas del título, dos prodigiosas esculturas que habitualmente están en la embajada española ante la Santa Sede.

Fueron encargadas por Pedro Foix de Montoya, clérigo destacado en Roma, de quien Bernini esculpiría un busto para su tumba, que puede verse en Santa María di Monserrato en la capital italiana. La pareja de almas, cuyo préstamo originó la idea de la exposición sobre un tema escasamente tocado en la historiografía berniniana, recibe al visitante con un despliegue de emociones humanas en mármol en una estancia en la que puede verse el retrato del cardenal Scipione Borghese (1632). Se trata de una copia idéntica hecha por el propio autor “en solo tres noches” para superar el disgusto de saber que el original había quedado dañado tras un desafortunado percance. En esa sala también hay una pintura, un autorretrato del escultor, perteneciente a la colección del Prado (y cuya autoría ha sido puesta en duda) que sirve para abrir una de las subtramas del recorrido, la que cuenta cómo el artista, “brillante, seductor e irascible, construyó a través de autorretratos, biografías y criptorretratos su propia imagen mítica”, según Rodríguez.

La muestra sirve también para tomar conciencia de la verdadera dimensión de Bernini. Todo un hombre del Renacimiento, si se tolera el tópico, en pleno Barroco, fue, además de escultor y constructor de fuentes de inagotable belleza (la más célebre, en la Piazza Navona), arquitecto, pintor, escenógrafo, dramaturgo y hasta instigador de fiestas y ceremonias religiosas y profanas. Para lograrlo, Rodríguez ha reunido 39 obras: de Bernini (23) y de otros como Velázquez, Carreño de Miranda o Codazzi, procedentes de diferentes instituciones y coleccionistas privados nacionales e internacionales.

Entre los préstamos más felices cabe destacar los del Hermitage de San Petersburgo —la terracota El éxtasis de Santa Teresa y el Boceto para la escultura ecuestre de Constantino, contrapuesto a dos dibujos preparatorios (uno de ellos, recién atribuido)—; la Escultura ecuestre de Carlos II, llegada de una colección particular de Tennessee (EE UU); y un león de bronce que se desgajó del modelo de la Fontana dei Quattro Fiumi no prestada por Patrimonio.

Pertenece al coleccionista especializado en mármoles colorados Dario del Bufalo, que descubrió la pieza hace unos pocos años y ayer estaba en el Prado. Tan contento por ser propietario de un bernini perdido como por servir para mitigar la ausencia ocasionada por un enfrentamiento institucional ciertamente ajeno a sus intereses y motivaciones.

El Pais

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