10
abr
2015

Ese rostro de Miguel de Cervantes Saavedra que todo el mundo tiene en la cabeza y que recuerda al Caballero de la mano en el pecho, de El Greco, no es él. O era él, pero en la fantasía que hizo realidad el pintor sevillano Juan de Jáuregui. Ya se sabía, pero es una de las pistas falsas más populares e inmortales que vuelve a desmontar Jorge García López en su biografía Cervantes. La figura en el tapiz (Pasado & Presente).

Y tras ese retrato idealizado, la confirmación de otras falsedades: Cervantes (1547-1616) no fue un hombre ni tan heroico, ni tan desdichado, ni con tan mala suerte, ni gran intelectual, como ha trascendido, pero tampoco fue un ingenio lego.

En cambio, fue alegre, cínico, meditativo, metódico, con carácter, y con una gran autoestima. Se sabía buen escritor, todo el día estaba pensando en sus historias en continua reescritura. Aunque al final no fue lo que soñó ser y llegó y quedó con algunas espinitas: no haber sido considerado un gran poeta y no haber podido seguir su carrera como dramaturgo.

Cervantes. La figura en el tapiz es uno de los primeros libros sobre la vida y la creación del autor de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha que se esperan en este año cervantino 2015-2016, que conmemora el cuarto centenario de la publicación de la segunda parte de su obra maestra (noviembre de 1615) y de su muerte (1616). El volumen es un compendio de los últimos estudios y hallazgos de un personaje del que aún hay pocos datos. Sin embargo, García López los aprovecha para ayudar a comprender mejor su obra y sus conexiones con la realidad de su vida personal e histórica entre los siglos XVI y XVII. La literatua de Cervantes, explica García López, “responde a los retos del humanismo finisecular del Quinientos, más conectados con el cinismo, el escepticismo y la revolución científica, que con el de Erasmo”.

Como tantos genios de las artes, su vida está espolvoreada de brillos mitológicos y legendarios, de voces que han querido exaltar su creación y ofrecerla como resultado de una existencia que no se corresponde con la gloria que les esperaba. Uno de los principales pecados alentados por el cervantismo clásico, afirma el profesor de Literatura española e hispanoamericana de la Universidad de Girona, “es haber aislado al Quijote de su contexto histórico e incluso analizarlo con los ojos de cada presente que lo revisaba y acomodarlo a esa mirada”. Lamenta que otros biógrafos y expertos hayan mirado a Cervantes casi “como a un extraterrestre. Hay que verlo con las corrientes intelectuales de su tiempo, donde aparecen novedades como el escepticismo o el descubrimiento del helenismo”.

La principal aportación de esta biografía, según su autor, es esa perspectiva bifronte del libro que enmarca su obra con los datos conocidos de su vida, es decir su vivencia cotidiana y de la época: “Tenía un salario digno y su matrimonio con Catalina Salazar y Palacios, que era mucho menor que él, es bastante normal para la época. Lo enmarco en la cotidianidad de tal manera que, por ejemplo en su testamento ella le deja su ajuar privado ‘por el mucho amor que nos hemos tenido’, dice. Eso desmonta la idea de que Cervantes se separa y va a Andalucía por exigencias profesionales”.

Dentro de ese panorama de comprensión histórica, García López recuerda la realidad que pudo haber empujado a Cervantes a dejar el teatro y dedicarse a la prosa hasta dar con El Quijote. Es una confluencia de varios factores. “Por cuestiones personales y laborales debe abandonar el teatro al ser nombrado funcionario real como Comisario del Rey, entre los años 1587 y 1601. Son sus años andaluces, es entonces cuando escribe más prosa, más relatos, y empieza a explorar, como los autores de la época, otras corrientes literarias. Se fija en los géneros de moda pero poco frecuentados. Busca singularizarse. Hasta que descubre la nouvelle que se impone en Italia y Francia”. La conjunción de su nueva vida, la realidad creativa, los vientos renovadores del pensamiento universal y el cambio de siglo con un mundo donde libreros y editores descubren el mercado y la nueva sensibilidad con que quieren llegar a los lectores, que ya tienen temáticas preferidas, como lo truculento y escatológico, desembocará en El Quijote.

Parece que recibe el encargo de un libro acorde a lo que se vendía a principios del siglo XVII, asegura el biógrafo. “La pregunta es: ¿por qué Alonso Quijano? Tal vez la respuesta es que le permitía criticar el humanismo decadente del siglo XVI y se pone de manifiesto a través de un señor que enloquece tras la lectura de novelas de caballería con quien explora el lado cómico y hace un muestrario de metaliteratura y reescribe algunos de sus relatos”.

Pero detrás de la creación del Quijote, tanto en su primera y segunda parte, hay dos momentos históricos, dos personas y dos libros que espolean o sirven de impulso de búsqueda literaria a Cervantes. Lo llevan a mirar alrededor, revisar su idea y enriquecerla de manera genial. Para la primera parte pudo haber sido Mateo Alemán y su Guzmán de Alfarache, éxito de ventas en 1599, “truculento y lleno de perfiles escatológicos: crea y confiere identidad a una nueva sensibilidad. Con anterioridad solo los libros de caballerías, las hijas de Celestina y quizá la Diana funcionaban, descubren el mercado y un nuevo lector”, dice García López. Para la segunda parte esa función la cumple el llamado Quijote de Avellaneda que sale en otoño de 1614, con lo cual Cervantes, que ya tenía avanzada la novela, decide hacer cambios importantes que potencian su obra maestra.

Cuatrocientos años después,Miguel de Cervantes Saavedra sigue esquivo, rodeado de enigmas. Uno se sitúa en sus años juveniles de los que poco se sabe. De su presencia en la batalla de Lepanto (1571), donde un trozo de plomo afectó los nervios de su mano izquierda y la dejó inutilizada; y de su cautiverio en Argel, al que sobrevivió después de cinco años, asoman momentos heroicos.

Maestría en su creación y sombra en su vida que, según García López, “debe permitirnos sortear tópicos casi inmortales sobre Cervantes o planteamientos simplistas y prejuicios añejos, juicios poco equilibrados, perspectivas sentimentales o falsamente modernas, atrevidas y rupturistas”.

Ahí está un hombre que conocía sus limitaciones y sus virtudes, e incluso sabía que solo reyes, nobles y figuras destacadas eran retratadas por grandes pintores y que él no sería uno de ellos, “de ahí que se cachondee de esos retratos de la época y por eso pudo haber dejado una descripción de cómo era él como una ironía recóndita”. Esa voz, dejada en Novelas ejemplares, es de lo más nítido suyo y condensa parte de lo que es y representa, desde un territorio real situado entre la tierra y la imaginación, donde se deja entrever: “Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz…”

El Pais

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