Ha tenido que llegar la última gran exposición de este Año de El Greco para poder entrar en el taller del pintor. Un centenar de obras –92 de El Greco– explican de una manera muy didáctica cómo era el modus operandi del artista. Una ardua tarea si se tiene en cuenta que Doménikos Theotocópoulos, El Greco (Creta, 1541- Toledo, 1614) tuvo una formación muy compleja que hace que su arte también lo sea.
El Museo de Santa Cruz es por segunda vez este año sede de una de las grandes exposiciones que conmemora el IV Centenario de la muerte de El Greco. Tras el éxito de El Griego de Toledo con más de 240.000 visitantes, el martes 9 de septiembre se abre al público El Greco. Arte y oficio. El título responde a la justificación que dio el hijo del deán de la catedral de Toledo para realizarle sus primeros encargos en la ciudad, “ser eminente en su Arte y officio, y por esto se escoje la industria de su persona”.
Leticia Ruiz, comisaria de la muestra, explica “fantaseando” que lo ideal sería que el espectador apareciera directamente en el crucero donde se cortan los brazos de la cruz griega que conforma el espacio de la exposición. Allí, cuatro pantallas proyectan un audiovisual de Magoga Piñas que transporta al visitante a la época y a los escenarios de El Greco, le preparan para acercarse a la obra y al taller del artista. Ruiz, además, ha querido ser muy pedagógica, y ha resaltado en cada cartela aspectos concretos de cada obra para que el visitante se fije y entienda la forma de pintar del artista. “Nos lo podemos imaginar pintando”, comenta entusiasmada mientras señala un trazo en el que “se nota que descargó pintura del pincel”. El Greco marca los trazos, da las pautas, es el maestro. En el taller siguen sus órdenes, todo pasa por su supervisión.
Se ha logrado exponer juntos los cuatro dibujos de los que se tiene seguridad que son de la autoría del pintor griego y otro hito que marca esta exposición es la reunión de los cuatro apostolados en la ciudad de Toledo: el de la Casa del Greco –el mejor según la comisaria–, el de la Sacristía de la Catedral –recién restaurada para este año de conmemoraciones– y los dos que se han traído ex profeso al Museo de Santa Cruz para El Greco. Arte y oficio, el Apostolado de Oviedo y el de Almadrones (Guadalajara), del que sólo se conservan nueve lienzos que por primera vez se han reunido desde su dispersión en 1946 cuando el obispado de Guadalajara los vendió (cuatro son del Museo del Prado y cinco pertenecen a colecciones americanas)
Leticia Ruiz y Gregorio Marañón, presidente de la Fundación El Greco 2014, destacan que esta exposición muestra a El Greco más real, el que se adapta a las circunstancias –locales– que le han tocado ya que no se pudo ligar al gran proyecto de la época que era el Monasterio de El Escorial. Marañón recalca que El Greco. Arte y oficio facilitará la comprensión de la figura del artista. Pequeños detalles como la colocación de las cartelas hacen que el espectador observe las obras desde el punto más adecuado, este es el caso de la Inmaculada Concepción de Oballe “desde el lateral se ve la tridimensionalidad del ala del ángel, se sale del lienzo”, comenta Marañón.
El juego de miradas y los diálogos entre las obras de esta muestra son fundamentales para la diferenciación de los lienzos originales del artista, los que tienen participación del taller y los que son completamente de sus ayudantes. Revelador es el ejemplo de las tres cabezas de Cristo procedentes de Texas, San Sebastián y Praga. Los huecos que se abren en los paneles permiten que de un solo vistazo se vean tres crucificados con sus similitudes y diferencias o que el visitante vea a la vez el lienzo de Pentecostés y el Cristo Salvador y lo haga presente en esa escena en la que no está.
El colofón lo pone la instalación fotográfica Retablo de Retablos de Joaquín Bérchez. “Da una vuelta de tuerca a la idea del retablo, con las imágenes recupera el aspecto arquitectónico, juega con el cambio de ritmos, con la articulación, con los volúmenes, es la poética de la sombra”, explica Ruiz.