Pocos meses después de la triunfal exposición consagrada a Velázquez en el Grand Palais de París, las mismas salas acogen a partir del miércoles a otro gran maestro de la pintura española, para examinar cual ha sido el calado de Pablo Picasso en la creación de la última mitad de siglo. Hasta el 29 de febrero, la ambiciosa exposición Picasso.mania explorará la influencia del pintor malagueño en el arte contemporáneo contraponiendo un centenar de obras de Picasso con cerca de 300 lienzos, esculturas, fotografías, vídeos e instalaciones de 75 artistas, como Andy Warhol, Roy Lichtenstein, David Hockney, Jean-Michel Basquiat o Maurizio Cattelan, que oscilan entre la veneración y la insolencia respecto a esta gran figura. Si el primero le rindió pleitesía en una de sus últimas series, donde sometía las cabezas de mujer picassianas a la técnica serigráfica, Cattelan le retrataría, con indudable retintín, como un cabezudo de parque temático deambulando por un museo abierto al turismo de masas.
En la entrada de la exposición, un puñado de artistas de primer nivel, como Jeff Koons, Frank Gehry o Agnès Varda lanzan efusivas declaraciones de amor al español. “Fue Picasso quien me dio permiso para pintar”, afirma el estadounidense John Baldessari. “Hizo que una lata de cerveza pudiera convertirse en la trompa de un elefante”, espeta Miquel Barceló. El mallorquín presenta en la muestra uno de sus últimos lienzos: Popesca, un alegórico retrato de Picasso con aspecto de pulpo.
Picasso.mania aspira a demostrar que los tentáculos del genio se alargan en la creación contemporánea. “La muestra está pensada como un balance general de su influencia en el arte de la segunda mitad del siglo XX”, confirma el comisario, Didier Ottinger, gran especialista en la pintura moderna y contemporánea, además de director adjunto del Centro Pompidou. “Solo existe un periodo en el que su influjo fue menor, entre los sesenta y los ochenta, cuando Marcel Duchamp se impuso como encarnación del genio moderno. Ambos son figuras antitéticas: Duchamp era frío, cerebral y crítico, mientras que Picasso apostó por la sensualidad, el calor y la autobiografía”. Para Ottinger, la influencia picassiana se ha regenerado entre las nuevas generaciones de artistas. “Su libertad estilística, que le impulsaba a pasar de un estilo a otro sin transición, la inspiración en su propia biografía, que digería y escupía en cada obra; y el fuerte carácter político de su práctica artística han sido determinantes”, añade.
Para ejemplificarlo, la exposición acoge las obras de dos artistas nacidos en los setenta que no dudan en reinterpretar el Guernica. El francoargelino Adel Abdessemed participa con una obra monumental, de las mismas dimensiones que su modelo, en la que sustituye el drama bélico pintado por Picasso por un conjunto de zorros disecados y carbonizados, que parecen aludir a catástrofes actuales. La polaca Goshka Macuga recuerda el episodio protagonizado por Colin Powell cuando anunció la existencia de armas de destrucción masiva en Irak ante el Consejo de Seguridad de la ONU, presidido por un tapiz del Guernica realizado por Picasso en 1955 que fue cubierto durante su intervención para evitar asociaciones desagradables. Otros artistas, como Sigmar Polke, Richard Prince o Koons, reinterpretan otra de las obras más significativas de Picasso, Las señoritas de Avignon, sazonándola de guiños irónicos a la realidad de hoy.
“En los sesenta se realizó una encuesta entre artistas para que escogieran entre Duchamp y Picasso. Entonces ganó el primero, pero hoy puede que ganara el segundo”, asegura la historiadora del arte Diana Widmaier-Picasso, nieta del artista y comisaria de esta exposición en la que ha analizado su influencia en el cine, el teatro, la danza y la música. Para ella, el modelo del arte conceptual convive hoy con un impetuoso regreso de las disciplinas clásicas. “Al observar a los artistas de hoy, percibimos un regreso de lo físico. Muchos necesitan pintar y crear de forma material, como lo hacía Pablo Picasso”, asegura.
La comisaria apunta que la influencia de su abuelo alcanza a disciplinas insospechadas, como el hip hop. En 2013, Widmaier-Picasso fue una de las participantes en Picasso Baby, una performance de seis horas en una galería de Chelsea, recogida en la exposición, que fue organizada para lanzar un sencillo del rapero Jay Z, en el que se comparaba sin rubor con el pintor. “A estos artistas les interesa la fama y el éxito económico, pero también el reconocimiento artístico”, afirma Widmaier-Picasso. Su abuelo logró alternar su condición de figura revolucionaria de la vanguardia con un estatus de estrella de celebridad estratosférica. No es extraño que abunden sus epígonos.
El Pais