27
fev
2014

Ataviados con monos blancos, cruzando la colina verde que lleva a la cueva original de Altamira, los cinco elegidos para entrar en la galería, 12 años después de su último cierre, pudieron experimentar esta mañana un privilegio reservado para muy pocos. La malagueña Carolina Pardo, los santanderinos Andrea Vicente, Álvaro San Miguel y Antonio Díaz Regañón y el madrileño Javier Miguel Ors fueron los afortunados que salieron escogidos a las 11.20 de la mañana después de un sorteo realizado con las personas que habían comprado su entrada para el museo por la mañana.

Algo abrumados por los focos (una batería de bulliciosos periodistas rompía la magia del sagrado momento) los afortunados han narrado como han podido la emoción de su visita. Antes, habían pasado por un examen del equipo del programa de investigación de Altamira sobre su experiencia. En total, la visita ha durado casi hora y media, de la que solo 10 minutos han pasado en el interior de la cueva. Su respiración, su humedad y presencia servirá para medir la carga humana que soporta la cueva y si finalmente esta carga permite o no la reapertura definitiva de Altamira a finales de 2014.

“Voy a hablar yo, que soy el más tímido”, dijo Antonio Díaz Regañón. “He venido para participar, porque me he jubilado hace poco, soy catedrático de instituto, y tengo tiempo libre. Estoy encantado de haber entrado en la cueva. Hace 10 años vi la Neocueva y lo que me ha impresionado son los colores de las pinturas, parecen hechas ayer mismo”.

“Dejan un recuerdo imborrable. La pintura conserva bastante fuerza, creo que a cualquiera le impresionan las luces y cómo vas descubriendo las pinturas. Parecen muy recientes”, añadió el periodista Javier Miguel Ors, otro de los afortunados. “Yo he echado la papeleta en el último minuto”, explicó Carolina Pardo. “Más que la cueva me ha emocionado la pasión de los trabajadores que la cuidan. Las pinturas son muy parecidas a las de la réplica. La verdad es que no veo diferencia”. Andrea Vicente, la más joven del grupo, aseguró que se le había puesto la piel de gallina. Y Álvaro San Miguel, redactor de El diario Montañés, afirmó rotundo: “Como cántabro no te puedes morir sin ver esto. Hoy he notado el peso de la historia”.

Todos ellos estuvieron guiados por María Luisa Cuevas quien, tras 41 años trabajando en Altamira, volvió a experimentar la contemplación de la sala principal de pinturas rupestres: “Se me ha hecho cortísimo, cortísimo. Yo me quería quedar más”.

El ritual fijado hoy se mantendrá hasta agosto: un día por semana (aleatorio) todas las personas que compren su entrada para acceder al Museo de Altamira, que abre sus puertas de martes a domingo a las 9.30, participarán si lo desean y tienen más de 16 años en la rueda de la fortuna. El sorteo se celebrará pasadas las 11.00 en la entrada del museo y una vez elegidos los cinco números se seguirá un estricto protocolo de funcionamiento marcado por los científicos que preservan la cueva. El museo garantiza la absoluta transparencia en este juego. Las cartas, insisten, no estarán marcadas y cualquiera puede salir elegido.

La joven Andrea, de 23 años, había llegado a primera hora junto a su madre, María Ángeles. Ambas viajaron desde Santander. “Yo he entrado dos veces, hace ya 40 años, ahora tengo 62. Es algo que no se puede olvidar nunca. Quiero que mi hija entre, y si me toca, suplicaré que sea ella quien ocupe mi lugar. Vendremos todas las veces que podamos hasta que sea”, había confesado horas antes la madre. Al ver que el número le tocaba a la hija, la mujer casi rompió a llorar.

Pese al carnaval mediático, pese a las dos guías que cumplieron con excesiva ceremonia su papel de Niñas de San Ildefonso, pese a un bullicio que choca de frente con la sacralidad que rodea a Altamira, el momento fue sobrecogedor. Gaël de Guichen, director científico de Altamira, alto y vestido con un sari blanco, conoce alguna de las claves de por qué el poder de la cueva acaba imponiendo su escalofrío. Con el sosiego propio de los estudiosos, De Guichen cuenta que él, “por respeto”, solo ha entrado dos veces en la galería. “La cueva es emoción. Su impacto es indescriptible. Yo en 18 meses de trabajo solo he accedido dos veces porque sé que es frágil. Pero el trabajo del conservador es conservar la materia pero también permitir que se transmita el mensaje, compartir esa emoción, y eso es lo que está ocurriendo hoy. Altamira es una de las tres cuevas más importantes del mundo, su mera existencia plantea preguntas muy importantes sobre el hombre que no deben quedarse solo para unos pocos. Yo no entré en esta profesión para guardar y esconder este secreto sino para compartir su emoción y conocimiento”.

La expectación generada alrededor de la decisión de reabrir parcialmente la cueva original ha provocado una marea de cámaras y periodistas que tomaron desde primera hora de la mañana el edificio construido por Juan Navarro Baldeweg e inaugurado en 2001. Muchos más profesionales que visitantes en una mañana alejada de la rutina habitual de autobuses y colegios del Museo y su Neocueva. Desde que se conoció la noticia (el lunes pasado se confirmó la fecha y la hora del primer sorteo) la centralita del centro ha estado colapsada por las llamadas de personas que querían formar parte del grupo de privilegiados que podrán contar que una vez vieron las pinturas de Altamira, esos bueyes rojos que descubrió en 1879 la niña María Sanz de Santauola, esas pinturas que cuando Picasso las vio dijo su famoso, “después de Altamira todo es decadente”.

“La Neocueva es estupenda pero no podemos compararla con la original”, explica De Guichen. “Es un problema de silencio, que en la cueva es ruido, de oscuridad, de humedad y de frio”. “Yo recuerdo ver las pinturas tumbada”, le decía María Ángeles a su hija paseando por la Neocueva horas antes de saber que sería una de las afortunadas. “Allí casi no hay espacio, hay una gran roca en medio de todo”.

Las medidas de protección de Altamira llevaron a su cierre definitivo en 2002 después de años (especialmente en las décadas de los cincuenta y sesenta) de visitas sin control. Una medida drástica defendida por la mayoría de la comunidad científica pero cuestionada por muchos políticos. En 2012 el Ministerio de Cultura encargó un estudio con la intención de retomar el programa de visitas. El debate sobre la responsabilidad de preservar algo que no pertenece a nadie sino a toda la humanidad se reavivó. ¿Se puede abrir Altamira sin comprometer su interior? Es más, ¿No debería el hombre seguir el ejemplo de la propia naturaleza, que las cerró durante siglos en un búnquer natural y así las salvó de la destrucción? Se sabe que cualquier variación en el microclima de la cueva puede dañarla, que la respiración humana aumenta la temperatura y la humedad y eso agrede a las pinturas, y que además existe el peligro de un brote de hongos, que las destruiría. Pero cerrarlas a cal y canto, como permanecieron durante miles de años hasta llegar intactas a nuestros días, no parece tampoco una solución satisfactoria. A años luz de la Europa de los glaciares, el dilema está ahí. Entre los que reconocen la erosión del pero no temen su vértigo.

Elsa Fernández-Santos
El Pais

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