Algunas mañanas, ella nada sola en la piscina municipal del barrio obrero de Carabanchel (Madrid), porque la entrada apenas le cuesta un euro y medio. Otras, las pasa en la biblioteca pública, donde puede conectarse a Internet y mirar Facebook. Él cuida de las plantas de su terraza cuando amanece un día soleado y cocina con tiempo y esmero platos para uno. A veces se da cuenta de que hace días que no sale de casa.
Ella nunca se casó, ni tuvo hijos, sus padres murieron y los hermanos se distanciaron. Él se divorció, tampoco tuvo descendencia, y la familia está a 10.000 kilómetros de su piso de Castellón, en la Argentina que dejó hace 21 años. El dinero apenas entra en la cuenta del banco.
Conchi Rico y Gustavo Ferrarese tienen —es casualidad— 53 años. Pero les separan muchas otras cosas: ella, auxiliar de enfermería, nunca tuvo un trabajo estable, siempre ha ido a remolque, llegó a pasar “hambre de verdad” antes de ser aceptada en el comedor social. Él era un directivo de una multinacional de materiales cerámicos al que le iba muy bien, aficionado a la música, socio de la Asociación Filarmónica de Valencia y abonado del Palau.
Los dos viven solos y se sienten solos. A la soledad llegaron ambos a través del paro. Un paro que poco a poco va haciendo desaparecer a los amigos, que cada vez llaman menos porque para qué, si va a rechazar la invitación porque no puede pagar la cena o el cine. Cuando no se tiene ni para un café, los amigos se pierden.
Conchi no trabaja desde agosto del año pasado y cobra 375 euros al mes “sin pagas extras”. Gustavo lleva seis años desempleado, agotó el último subsidio y ahora espera —sin cobrar nada— a que se cumpla un año de plazo y pueda volver a percibir 426 euros. “La soledad pesa mucho, se te caen las paredes”, dice Conchi, que no sabe si podrá celebrar con alguien su cumpleaños este próximo mes de diciembre. “Uno se siente solo cuando prepara una comida muy buena y se la come uno mismo. O cuando han florecido los jazmines de la terraza y en 15 días no ha venido ningún amigo a verlos”, apunta Gustavo.
Ambos forman parte de un nuevo perfil de víctima de la soledad: el parado. “El desempleo es una pérdida de dinero, de prestigio y de poder. Te puede aislar socialmente”, reflexiona Juan Díez Nicolás, premio Nacional de Sociología, que ha dirigido una investigación, publicada la semana pasada, titulada La soledad en España, que aporta el significativo dato de que cuatro millones de españoles se sienten solos.
El trabajo de Díez Nicolás, basado en entrevistas a expertos y 1.206 encuestas, revela que un 20% de los españoles viven solos. De ese porcentaje, la mayoría, casi el 60%, dice que lo hace porque quiere. Solo un 8% de los españoles mayores de 18 años “se puede considerar como realmente aislado, en cuanto a que vive solo por obligación, y no por voluntad propia”, según el estudio. “La situación laboral es la variable que más contribuye a la sociabilidad. Las personas con trabajo a tiempo completo tienen mayor sociabilidad que quienes no”, subraya el informe.
“Los caladeros de la relación social son la familia, el vecindario, el colegio, la universidad y el trabajo. Si falta el trabajo falta uno importante”, apunta Rocío Fernández Ballesteros, catedrática emérita de Psicología de la Universidad Complutense, que apunta además que el sentimiento de soledad “produce un bucle, porque el individuo no tiene energía suficiente para salir a buscar la relación”. Los españoles señalan como primer espacio de socialización el lugar de trabajo, según la investigación de Díaz Nicolás, del mismo modo que la situación laboral y el estado civil son los factores más relevantes a la hora de orillar la soledad. Los casados y con empleo estable son el colectivo más inmune.
“Sientes que estás estorbando en todas partes, como nunca tienes dinero parece que vas a que te inviten…”, cuenta Conchi. “Mi soledad no solo es física, es también cultural, intelectual y profesional”, señala Gustavo, que dejó de ir a conciertos y museos porque no puede pagarlos. “Ahora estoy mejor, pero he llegado a estar ingresada por estrés”, relata Conchi. “Hoy me pilla bien, pero hay días que no estoy de ánimo, que no veo luz al final del camino”, reconoce Gustavo.
Depresión
En última instancia, la patología de la soledad es la depresión, “pero no todos los sentimientos de soledad van acompañados de depresión”, incide Fernández Ballesteros. De hecho, estos “pueden considerarse normales en la vida del individuo, lo importante es la frecuencia en que se tienen”, explica la catedrática, que indica que es necesario también estar solo para el desarrollo personal y la reflexión. El estudio de Díaz Nicolás revela que más de la mitad de la población ha experimentado soledad durante el último año y cerca de uno de cada diez, con mucha frecuencia.
Pero la soledad es un problema “creciente” en la sociedad española, según el sociólogo, ligado también a los nuevos hábitos. “La vida en la gran ciudad, las relaciones afectivas más de usar y tirar, como casi todo en la vida. Se vive el momento”, explica. ¿Es preocupante? “Debe serlo, la soledad no es felicidad”. “La familia y el Estado deben afrontarla”, concluye.
El Pais