También con vistas al Cantábrico hay esqueletos a medio construir de viviendas que ya no lo serán y segundas residencias terminadas hace años por cuya puerta aún no ha entrado el primer propietario. En el litoral de Lugo, a 900 kilómetros de la playa mediterránea más cercana o a 200 de las turísticas Rías Baixas, está el municipio de Barreiros, dedicado tradicionalmente a la agricultura. Su costa virgen desató a principios de la pasada década una euforia constructora que la Xunta cortó en seco en 2006 interviniendo su urbanismo. Pese a ese temprano parón, hoy, varios años de crisis después, son cientos las viviendas a medio construir o terminadas que no encuentran comprador.
Los 3.200 habitantes de Barreiros ocupan 1.200 viviendas con carácter de residencia principal. Pero hasta que en 2006 el Gobierno autónomo del PSOE y BNG mandó parar, el alcalde del PP, Alfonso Fuente, había otorgado licencias para construir 5.800 nuevas viviendas. No todas llegaron a iniciarse, y otras están sin terminar desde entonces, pero según las estadísticas oficiales en Barreiros hay en la actualidad 3.500 segundas residencias, tres por cada ciudadano empadronado. Buena parte de ellas están vacías, sin vender pese a que inmobiliarias y bancos ofrecen gangas como un piso de dos habitaciones por 36.000 euros. El mismo apartamento que hace cinco años aún se intentaba colocar por 100.000 euros. Son varias las urbanizaciones con ofertas idénticas.
“Y ni así se vende”, explicaba hace unas semanas Francisco Campos, cuyo abuelo, emigrante retornado de Cuba, levantó hace un siglo su casa indiana junto a la iglesia del pueblo. Hoy su nieto ve cómo frente a ella, junto al cementerio, se alza una mole que apenas tiene vida en julio y agosto. Francisco se hace preguntas: “¿De dónde salió el dinero para financiar estas urbanizaciones que ahora se regalan?”. Y se contesta: “De lo que las cajas de ahorros no dedicaron a obra social”.
La urbanización frente a la que habla Francisco Campos se llama Costa Reinante, pero está a dos kilómetros del mar. Aquí no hay grandes moles que tapen el litoral, como en otras zonas. Lo que hubo en Barreiros fue vía libre para construir en cualquier terreno, incluso en suelo rústico, sin servicios básicos como abastecimiento, saneamiento o accesos viarios. Así que lo que se ve, si se sigue el camino mal asfaltado y sin señalizar que lleva a la contaminada playa más cercana, son prados con vacas que se alternan con bloques a medio construir invadidos por la maleza, urbanizaciones con carteles de se vende o viviendas unifamiliares, ocupadas o no, de diversa tipología.
En la urbanización Lúa, una de las terminadas pero con vistas a un esqueleto de hormigón abandonado, una madre de familia que vive en A Coruña agradece cuando, algún fin de semana, no todos, puede subir a sus dos hijos al coche para hacerse una hora y pico de carretera y disfrutar de la tranquilidad de Barreiros. “No lo cuentes mucho, no vayan a venir más”, pide, ante varias decenas de persianas bajadas.