De un partido volcánico, macizo y neurótico, pasado de rosca en muchos momentos, salió airoso el Barcelona, sometido a un choque al que no acostumbra, lleno de chispas, inflamado desde el pitido inicial y resuelto con dos contras y un gol ajeno en propia puerta tras un córner, esa suerte que los azulgrana dominan bien poco. El Barça se impuso por una vía inusual en un encuentro en combustión más propio del Atlético. Hubo incendios por todos los lados, piernas de mármol, broncas y más broncas, reproches y más reproches. De la caldera no sacó provecho el cuadro rojiblanco, que mientras hubo partido, o lo que fuera, se vio por dos veces a un gol de superar la eliminatoria. Luego, tras un tiempo de calentones, ya no le quedó otra que aceptar su suerte. No hubo segundo tramo, el reto se había liquidado en el cuadrilátero del primer tiempo y en su derivada en el túnel de vestuarios, donde Gabi fue expulsado. Tal fue la temperatura del choque que de la crónica de sucesos no se libró ni Ansaldi, que no estaba convocado, pero acabó en comisaría por un incidente policial fuera del estadio. De traca.
La trama pilló a un árbitro superado, tan capaz de ver penaltis donde no había como de pasar por alto los fetén. Tan comprensivo para perdonar patadas flagrantes de Mario Suárez a los tobillos de Messi como inflexible para condenar a La Pulga por desairar al balón con un punterazo. Atiza que atiza la hoguera, no estuvieron a salvo ni los linieres, que lo mismo arrearon sin querer a Jordi Alba con el mástil del banderín que se libraron de un zapatazo de Arda, que, desquiciado en medio de tanta turba arrojó uno de sus botines contra un asistente. Antes, ya había sido expulsado Gabi en el túnel de vestuarios, rumbo al descanso tras otra gresca, esta vez incendiada por Raúl García y Neymar.
A todo esto, cinco goles en un capítulo, alguno propio de este Billy El Niño en que se ha convertido Fernando Torres, al que en esta Copa le ha dado por marcar goles a la velocidad de Bolt, con el cronómetro en frío. Una locura de primer tiempo, un combate silvestre en el que se libraron mil batallas. Con 2-3 y el Atlético en inferioridad, ya no hubo más partido, solo cabía cruzar los dedos por una tregua que evitara más disgustos para unos u otros. Los técnicos protegieron a Neymar y Arda, que se habían puesto en la diana. Pero no se contuvo Mario Suárez, que a la tercera que cazó a Messi, Jesús Gil, que así se llama el colegiado, le expulsó. Por entonces, el Barça ya se limitaba a evitar zonas de conflicto.
El gol supersónico de Torres al medio minuto anticipó el zafarrancho que se avecinaba. Los centinelas de Simeone no estaban dispuestos a que el tiempo menguara su destino. A toda mecha desde la primera bocanada. Mascherano falló un pase diagonal hacia Messi, Siqueira llegó como una manada y reventó el balón. La pelota, con las costuras pateadas, le llegó al Niño, que se sacudió al propio Mascherano y ajustó el remate a la red. Como en la vuelta anterior en el Bernabéu, otra vez Torres como el mesías rojiblanco. El Barça apenas lograba ni ganar las cuerdas para el refugio. Su adversario metía mecha en cada jugada. Hasta que Messi recibió por primera vez con aire, sacó la cadena a Mario Suárez, combinó con Suárez y el uruguayo adivinó el atajo hacia el gol de Neymar por la vía central. El brasileño, que encima está afilado, no es de los que tiriten con el gol a la vista.
Pese al empate, no se rebajó el cuadro local. En el “cholismo” no se concibe la rendición. Eso es un ultraje, así que al Barça le costó hasta discutir la posesión, su principal credo. Sin migas de Busquets e Iniesta, el conjunto azulgrana cuidaba como podía el rancho a la espera de sus tres tenores de ataque, a los que tenía tiesos Giménez, ese prometedor Godín, ganador de casi todos los asaltos. Enfrente, el Atlético presionaba al toque de corneta de Torres, muy activo, el cordón emocional con la hinchada. Suárez y Gabi apretaban muy alto, con claros a sus espaldas, pero nadie recomendó a Messi claudicar en la banda para ocupar la espalda de los dos medios centros colchoneros, lo que hubiera abierto una fuga considerable en las filas locales. Messi siempre es la mejor salida de urgencia. Colapsado el Barça, al que le anularon un gol a Neymar por un presunto fuera de juego, por un meñique si acaso, el Atlético, a lo suyo, con la vida en juego en cada jugada, encontró la recompensa en un penalti que no lo fue. Acertó Raúl García y de nuevo el equipo estaba a un gol de la cumbre.
Tan tenso y dislocado iba el partido que no había pronóstico posible. La prueba es que desde los tiempos de Altamira los saques de esquina son patrimonio rojiblanco en las dos áreas, mientras que para los azulgrana son puramente accidentales en ataque y un engorro en defensa. Esta vez, hizo bingo. Por supuesto, sin voluntad, porque Miranda se equivocó de portería y dio carrete hacia su red a un cabezazo de Busquets. Otra cima que salvar para el Atlético, que tampoco esta vez sacó bandera blanca. Griezmann tuvo el 3-2, pero su remate lo desvió Jordi Alba con los codos. Con el francés desgañitado por el evidente penalti y Jordi Alba en estampida hacia la meta de Oblak, el Barça armó una contra con Messi al frente y Neymar cerró el marcador a pase del lateral zurdo azulgrana, que llegó con el turbo. Del posible 3-2 al 2-3 instantáneo.
El tumultuoso partido requería un poco de sosiego. Cabía prever que el descanso enfriara el asunto. Pero el encuentro no estaba para templar gaitas. De ida al vestuario se armó la marimorena y Gabi fue expulsado. “Solo le pregunté si lo de Alba no era penalti y expulsión”, dijo el capitán, que deslizó que los piques con Neymar obedecían, según él, a la teatralidad. Jesús Gil se tomó a mal las palabras de Gabi, por lo que se vio. Fin de partido y fin de eliminatoria. Y, de paso, el telón para un duelo inflamado como pocos. Una tormenta que tendrá consecuencias tras una noche de locos en el Calderón.