17
nov
2015

Los españoles podrán mirar durante nueve días a un joven Felipe IV a los ojos. Al menos, el único retrato del monarca pintado por Rubens que se conserva.

El cuadro se pondrá a la venta el sábado, en Feriarte, la muestra artística y de antigüedades que el recinto ferial madrileño del Ifema acogerá entre ese día y el 29 de noviembre. La obra, que ha reaparecido publicamente después de que no se tuviera noticias de ella durante 50 años, pertenece a una colección privada. Sus dueños actuales lo han puesto en venta, aunque el Gobierno puede ejercer su derecho de tanteo durante los próximos seis meses para que el lienzo no salga de España. Y, debido a su importancia, “no es descartable que el Gobierno y el Museo del Prado opten a su adquisición”, afirmó ayer a EL PAÍS el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle.

El retrato, que Pedro Pablo Rubens pintó en 1628-29, ya estuvo perdido más de dos siglos y medio, desde la muerte del pintor en Amberes en 1640 hasta que el cuadro volvió a la luz a comienzos del siglo XX. Luego se le perdió la pista en los años sesenta.

La obra no se puede exportar temporalmente, según la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Histórico. A partir de un informe del Prado, la Junta ha pedido que la pintura se incluya dentro de alguna de las categorías de protección especial. La noticia de la resurrección del lienzo, adelantada ayer por La Vanguardia, se suma a una serie de recientes informaciones del mundo del arte, que incluyen atribuciones o dudas sobre la autoría de grandes creadores (como la que ahora pone en duda que El Bosco haya pintado la Mesa de los pecados capitales del Prado), o la cifra que alcanzó la semana pasada en una subasta Desnudo acostado, de Modigliani, por el que un coleccionista chino pagó 158 millones de euros.
¿Pujará el Estado?

La pregunta ahora es si el Estado español pujará por esta pieza de 63,5 centímetros de alto por 49 de ancho. Sus propietarios, que se mantienen en el anonimato, no han revelado el precio de salida. Existen varias copias de la obra, una de ellas en el Hermitage, de San Petersburgo, y algunas más en colecciones privadas, como la que posee la Casa de Alba.

La importancia de este original de Felipe IV “no es solo el valor de la obra en sí, sino también lo que hay fuera del cuadro, la historia que lo rodea cuando se creó”, asegura Mercè Ros, responsable de poner a la venta este rubens y quien lo ha dado a conocer, tras una investigación de un año. Ros es historiadora del Arte, perito judicial, tasadora, asesora de coleccionistas y propietaria de la galería madrileña que lleva su nombre.

El cuadro buscó a la galerista. Hace un año, unas personas la llamaron para decirle que tenían una pintura, estaban convencidos de que era un rubens y lo querían vender. “Investigué la historia del cuadro y confirmé su originalidad”, cuenta Ros a este diario. Su periplo tiene dos vertientes: por qué lo pinta Rubens y el momento de su creación y el destino sombrío que parece acompañar al retrato. Cuando Rubens (1577-1640) ya era el gran Rubens y Velázquez (1599-1660) iba camino de ser el genio Velázquez, el artista flamenco llegó a Madrid y pintó a Felipe IV. El monarca tenía 23 años y los cuadros que se habían realizado de él lo mostraban juvenil y tímido. En manos de Rubens se tornó adulto y ganó majestuosidad.
Una obra escondida

El pintor viajó a España a petición del rey, que buscaba información de las negociaciones de paz entre España y los Países Bajos. Durante su estancia, entre 1628 y 1629, le pidió un retrato. El artista pintó varios: tres se quemaron en 1734, incluido un retrato ecuestre que era el favorito del monarca.

En el retrato de busto largo que sale a la venta, la luz cae sobre el rostro de un Felipe IV como salido de la penumbra de una cortina. Posa algo de medio lado, con la mirada al frente, bigote y perilla incipientes; luce el Toisón de Oro. Rubens lo pintó en tabla, material que usaba para sus composiciones más ambiciosas.

Al maestro flamenco le gustaba el trabajo de Velázquez, recuerda Ros, y le aconsejó que fuese a Italia a seguir su preparación. Cuando Rubens parte para Amberes en 1629, Velázquez hace lo mismo, rumbo al país transalpino. De allí volverá para entrar en el olimpo de las artes.

“Lo que no está claro es si Rubens pintó ese cuadro en Madrid o en Amberes”, dice la historiadora. Todo indica que lo hizo en la ciudad flamenca al ser en una tabla; a partir de ella se realizaron todas las demás copias. Al morir, el autor lo dejó inventariado, pero no se volvió a saber de él hasta principios del siglo XX, cuando reapareció en manos de una familia de Kent (Inglaterra), a la que se lo compró el británico H. M. Clark. Durante su posesión, en los años veinte, el historiador August L. Mayer lo contempló y lo registró en el Burlington Magazine. En 1926, el famoso marchante estadounidense Joseph Duveen adquirió el cuadro: en 1929, lo vendió a los millonarios Vanderbilt, por 160.000 dólares. Para entonces la obra ya había sido transferida a lienzo. En los sesenta, pasó al millonario Otto Eitel, muerto en 1983.

Ahora, vuelve a ver la luz y pronto se empezará a despejar su destino: si seguirá su sino de retrato para unos pocos ojos o si podrá ser contemplado por cualquiera en un museo español.

El Pais

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