20
mar
2015

Entre un electrodoméstico tonto y otro ‘inteligente’ solo hay una diferencia de 10 yuanes. O sea, de 1,5 euros. El director del departamento de I+D de una de las principales marcas chinas del sector Midea, Mao Hongjian, asegura que ése es el importe que cuesta, de media, instalar en los aparatos el dispositivo para que se puedan conectar a Internet y los programas que permitan su control remoto. Y, por eso, la empresa ha decidido que todos sus productos lleven la etiqueta smart para finales del año que viene. “El concepto de la casa inteligente no es algo propio de la ciencia ficción, es una realidad que, gracias a la proliferación de los teléfonos inteligentes, ya está al alcance de la mayoría de la población. Y, a diferencia de lo que se creía cuando nació la visión de un hogar automatizado, no requiere de un desembolso abultado”, afirma a EL PAÍS. “Es más, teniendo en cuenta la racionalización de los recursos que se logra con los nuevos sistemas de control y el aumento de la eficiencia energética en los nuevos aparatos tecnológicos, una casa inteligente resulta más económica de mantener que una tradicional”.

No es el único que piensa así. De hecho, todos los fabricantes apuestan por la tecnología smart: frigoríficos que avisan de la falta de alimentos, purificadores de aire que cierran las ventanas cuando aumentan las partículas nocivas en el aire, robots aspiradores que dejan impecable la casa cuando no hay ningún inquilino, o sistemas de seguridad que permiten la vigilancia desde el teléfono y avisan a la Policía en caso de que, por ejemplo, la concentración de gas en la vivienda alcance niveles peligrosos. El catálogo de productos que pueden controlarse a través de aplicaciones para dispositivos móviles, que van camino de convertirse en mandos universales, crece sin parar. “Las palabras clave de la casa del futuro más inmediato son tres: inteligente, ecológico, y eficiente”, sentencia Zhang Rongzhong, vicepresidente de Whirlpool. Y dónde más se están desarrollando estos conceptos es en China, el país donde se produce el mayor número de electrodomésticos del mundo.

“Ante el aumento de los costos de fabricación y la apreciación del yuan -la divisa local-, las marcas chinas están obligadas a innovar para sobrevivir. No basta con mejorar la calidad, hay que proponer una revolución industrial en la que China pueda llevar la iniciativa. Y la popularización de las viviendas inteligentes es una oportunidad magnífica para estimular una demanda cada vez más exigente ofreciendo algo nuevo”, apunta Xu Dongsheng, secretario general de la Asociación China de Fabricantes de Electrodomésticos (CHEAA). “Además, hay que entender que Internet tiene un gran impacto en el sector porque ha acortado la distancia que existe entre fabricantes y consumidores, y entre éstos y la información. Ahora es el momento de dar un paso más para que toda la electrónica esté conectada entre sí”, añade Wang Ye, vicepresidente de Haier, el mayor fabricante mundial de electrodomésticos.

Sin duda, el concepto de la interconexión total en el hogar resulta irresistible. Pero hacerlo realidad no es fácil. Y la principal dificultad no es técnica sino de voluntad empresarial. “Actualmente ya existen multitud de electrodomésticos inteligentes que se pueden controlar con aplicaciones, y sabemos que su penetración irá en rápido aumento. El reto está en conseguir que los fabricantes alcancemos acuerdos para sentar estándares universales y abramos nuestros ecosistemas, de forma que todos los aparatos interaccionen entre sí independientemente de su marca o de su sistema operativo”, explica Mao. Ante el celo que muestran las grandes multinacionales extranjeras, las marcas chinas han tomado la delantera. De hecho, Haier se ha convertido en la primera que lo ha hecho con U+, una plataforma completamente abierta, y Midea, que delega en el gigante de la electrónica Xiaomi el desarrollo de los sistemas, le ha seguido con el lanzamiento de M-Smart.

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