14
out
2013

Fuentealbilla es un pueblo de 2.000 habitantes en el corazón de la comarca de La Manchuela. Situado al noreste de la provincia de Albacete y rodeado por los términos municipales de Casas Ibáñez, Villamalea, Cenizate, Golosalvo, Mahora, Valdeganga, Jorquera, Abengibre y Alcalá del Júcar, tiene una extensión de 120,97 kilómetros cuadrados, tierra arcillosa con horizonte pretocálcico a dos metros, puro almacén acuífero a 661 metros sobre el nivel del mar.

En Fuentealbilla, en el año 1984 nacieron 10 niñas —a tres las llamaron Isabel, al resto las bautizaron con los nombres de Juani, Encarnita, Maribel, María Ángeles, Bea, Mila y María Dolores— y solamente seis niños: Andrés Jiménez, que trabaja de mecánico de helicópteros, José Martín, al que llaman Pepiyo, un tipo fornido que tras una mala época anda rehaciendo su vida ya en paz con la justicia —y se casa el año que viene—, Vicente Fernández, que tiene un taller de motos y bicicletas en el pueblo, Miguel Villanueva, fontanero en paro, Juan Francisco García, Juanfran, hoy también parado, y un tal Andrés Iniesta, que a los 12 años hizo las maletas y se fue a vivir a Barcelona.

Iniesta regresa mañana a 44 kilómetros del lugar donde empezó una historia que nadie imaginó que iba a terminar como terminó, al lugar donde solo había sueños. Juega España contra Georgia y por tercera vez en su vida Iniesta jugará con La Roja en el Carlos Belmonte, donde debutó con la selección el 27 de mayo del 2006.

Andrés, al que en casa, en Fuentealbilla, siempre han llamado Chico, que tiene una hermana dos años menor, Maribel, a la que quiere con locura, pesó al nacer 3,300 kg y midió 45 centímetros, si a su madre no le falla la memoria. Según le señalan todos en el pueblo, es el culpable de que el nombre de Fuentealbilla sea conocido en el mundo entero gracias a un sentido “¡Viva Fuentealbilla!” —“me salió del alma”, reconoce Andrés— durante los festejos en el Camp Nou por el triplete de la temporada 2008-09. El lugar señala el comienzo de una historia que nadie imaginó que terminaría de este modo. Así lo cree también Angel Salmerón, el alcalde, que señala a Andrés como un compendio perfecto de los valores que emana la localidad. “Esfuerzo y humildad; Andrés es un ejemplo para los niños y para todos nosotros”, dice.

“La familia Iniesta somos del pueblo desde siempre, de toda la vida”, explica el abuelo, Andrés Luján, sentado en una mesa del local donde en 1975 abrió un bar que hace años dejó de funcionar. Hoy, convertido en la sede de la peña Barcelonista de Fuentealbilla, alberga un museo creado con la paciencia, la pasión y el amor de un abuelo. Tiene el lugar un toque indudablemente kitsch, pero se ha convertido en un buen reclamo turístico para el pueblo, que durante la pasada semana volvió a convertirse en un imparable trasiego de tractores y remolques cargados con la cosecha. No todos los Iniesta de Fuentealbilla lograron salir adelante en el pueblo, así que una rama de la familia marchó a Francia en los años 60 del siglo pasado y echó raíces en Tarbes.

“Nuestra vida era muy normal, de gente de pueblo”, explica José Antonio Iniesta, el padre de Andrés, al que todos en el pueblo conocen por Dani. “No sé si porque de pequeño era del Athletic o porque jugando al fútbol me parecía a aquel extremo”, aclara. “Cuando nació Andrés trabajaba de autónomo de la construcción, y cuando no había trabajo me iba a la costa a trabajar de camarero. Mi señora, la madre de Andrés, trabajaba en casa y en el bar de los padres y entre todos tirábamos palante”, recuerda Dani, que cuando hace memoria describe a su hijo como un niño “precavido como su madre, que se hacía querer, dicharachero a veces, a veces tímido, muy respetuoso, estudioso y trabajador. Si le llamabas para algo, estaba al momento”. Un niño que solo se quejaba de una cosa. “¡Abuela, siempre comemos lo mismo!”, decía al volver del colegio, un día tras otro, hubiera habichuelas o macarrones. Así lo recuerda el abuelo. Todo cambiaba con el anuncio de un plato de pollo con patatas. Sigue devorándolo.

“Andrés conserva la sencillez de un pueblo pequeño como el nuestro. Uno quiere la tierra donde nace y la tierra donde se hace y él pasó 12 años aquí y lleva 17 en Barcelona”, dice el padre. Le sobran motivos a Iniesta para compartir amor por el pueblo y por la tierra donde creció. “Siempre lo he dicho, me siento muy de mi pueblo y también muy catalán, porque llevo 17 años en Barcelona”, dice Andrés. “Otro no hubiera vuelto más, eso demuestra cómo es Andrés”, cree Carol Rodenas, vecina del pueblo, que apenas le recuerda de crío porque cuando marchó del pueblo ella solo tenía cinco años. “¡Cómo no iba a volver, todo el mundo vuelve a casa por Navidad!”, ríe el héroe de Johannesburgo.

“Creo que el día que empezó a andar le puse una pelota delante y ya la chutó”, recuerda su padre. Andrés se hizo mayor entre las mesas del Bar Luján, “entretenido con cualquier cosa” dentro de una jaula para bebés. Allí comía al salir del cole y allí hacía los deberes con Juanfran, uno de sus quintos, aunque la familia vivía a las afueras del pueblo, en el número cinco de la calle Central.

El Bar Luján fue, también, el nombre del primer equipo de Andrés, antes de que a los ocho años fichara por el Albacete infantil, que jugaba contra otros equipos del pueblo. “Vimos un anuncio en el periódico y mi padre me llevó a las pruebas. Me cogieron a la primera”, recuerda ahora el volante del Barça. “Ya se veía que iba a ser deportista de élite, porque llevaba la competición dentro”, recuerda Juanfran, su compañero de juegos infantiles, con el que igual hacía una cabaña que se iba de excursión a las cuevas. “Nos ganaba a todo, con el balón, con la bici… a todo, pero nunca te restregaba nada, ya era muy noble”. Andrés no le ha olvidado, incluso le invitó a su boda. “Ahora no le veo mucho, pero estábamos siempre juntos, vivíamos casi al lado y aunque teníamos todos relación, con él era con quien más andaba. Nos carteamos mucho tiempo cuando me fui a Barcelona”, explica Andrés. Juanfran recuerda que nunca fueron muy gamberros: “No hemos sido de romper cristales, ni farolas, éramos muy formales. Nunca vinieron a buscarnos a casa”. A Juanfran le van más las motos que el fútbol y a diferencia de la mayoría de los casi 2.000 habitantes del pueblo, él no es del Madrid: “Soy del equipo en el que juega Andrés”, dice. Guarda en casa aún los cartuchos del PC Fútbol que le compraron a Andrés de niño. “Creo que fue el primer chaval del pueblo que tuvo un ordenador”. Juntos jugaban y juntos iban a clase, aunque muchas mañanas llegaran sobre la campana: “Echaban Campeones por la tele y no nos perdíamos un capítulo”, dice.

El Pais

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