02
maio
2014

Debería ser sencillo. Basta descargarse la aplicación en el móvil, registrarse –con la tarjeta de crédito y la ubicación– y solicitar un coche para llevarte a tu destino. Así funciona Uber en las cien ciudades del mundo donde opera, pero su desembarco en Barcelona no está siendo tan simple. Y no es que el gremio de los taxistas se lo esté haciendo imposible (que sí) o que el expediente administrativo de la Generalitat se lo haya impedido, es que el aplicativo está en fase beta en la ciudad y no todo el mundo puede pedir un coche. “Hasta dentro de unas semanas no funcionará con normalidad”, admite por teléfono Manel Pujol, uno de los coordinadores de la compañía en España.

Sea porque tienen todavía pocos conductores-colaboradores –no concretan esta cifra ni otras– o pocos clientes, la aplicación de momento solo funciona para aquellos que la habían utilizado antes fuera de España. Para el resto, será imposible conseguir un coche y beneficiarse de sus ventajosas tarifas. Por ejemplo, circular por Barcelona durante casi 22 minutos y cubrir una distancia de 4,8 kilómetros cuesta 11 euros. Sea la hora que sea, sin recargos por cargar maletas o por ir hasta el aeropuerto y en un vehículo impoluto. Otra ventaja, la tarifa empieza a correr, no cuando se pide el coche, sino cuando el viajero se sube.

Esas son algunas de las razones por las que desde que anunciaron su desembarco en Barcelona, a principios de abril, los taxistas han iniciado una campaña en su contra, advirtiendo que no tienen licencia para prestar un servicio de transporte público. El Gobierno catalán tomó nota y empezó a tramitar un expediente informativo. “Tenemos claro que no cumplen porque las licencias administrativas se han de dar por convocatoria oficial y no ha habido, y aquí no hay grieta legal: o estás dentro o está fuera”, explica Pere Padrosa, director general de Transportes de la Generalitat. Pero una cosa es el transporte público y otra el transporte entre particulares.

“Uber está dispuesta a hablar”, explica la portavoz de la compañía en España, “pero nosotros no somos una empresa de transporte público, solo ponemos en contacto a particulares con particulares”

Uber tampoco es un servicio de transporte compartido. El conductor hace el recorrido que el solicitante quiera y se paga con una tarifa fijada unilateralmente por Uber que, por buscar chóferes con vehículo propio, se queda una comisión de en torno al 20%.

Juan De Antonio, consejero delegado de Cabify, una aplicación que también ofrece vehículos con conductor pero, en este caso con licencia, cree que la fórmula de Uber perjudica a su modelo, más discreto y con la complejidad de cumplir con la estricta legislación en materia de transportes, que obliga a tener licencia de taxi o una licencia de alquiler de vehículo con conductor. De Antonio lamenta la escasa liberalización del sector, pero también critica el modelo Uber y su política propagandística basada en la polémica allí donde llega.

Jordi, uno de los conductores que se han apuntado para recibir encargos de Uber, explica que se sumó al proyecto al ver una noticia en prensa denunciando la polémica. Jordi conduce un Citroën Berlingo impoluto, habla idiomas y asegura que le gusta conducir. Tiene trabajo y lo de Uber se lo toma como complemento de unas horas. Empezó el pasado viernes, sin haber asistido a ningún curso, solo después de cumplimentar un formulario online (en Estados Unidos deben superar tres pruebas: la municipal, la federal y la estatal).

El primer cliente de Jordi fue un milanés que utiliza asiduamente Uber allí por donde va. El viajero le comentó al conductor ocasional que había pocos coches Uber disponibles en Barcelona, según le marcaba la aplicación en el mapa de la ciudad. Joan, otro conductor, a los mandos de un BMW, confirma que los turistas de la ciudad son sus clientes habituales.

De momento, Uber es solo una excentricidad en la ciudad española, pero en Bruselas, gracias al mal servicio del taxi, se ha abierto un hueco en apenas dos meses de implantación, provocando que se legisle en su contra. Algo similar ha ocurrido en París, donde varios taxistas agredieron a conductores anónimos que se llevaban clientes con la aplicación Uber, y en muchas ciudades de los 35 países donde funciona.

Con polémicas y alegalidades, lo cierto es que Uber tiene éxito entre los consumidores. Funciona en un centenar de ciudades de 35 países. No tiene en plantilla chóferes ni automóviles de propiedad. Lo suyo es una aplicación, pero que vale unos 2.700 millones de euros, casi la mitad que el gigante de coches de alquiler Hertz.

Pero la reacción contra esta aplicación no es solo cosa del gremialismo de los taxistas europeos. En su país de fundación, ha ido levantando polémicas, de Washington a San Francisco, pero siempre ha podido esquivar la legislación gracias que una cosa es el transporte público o el alquiler de vehículos y otra un transporte entre particulares. Un contencioso similar al que Airbnb tiene con los hoteleros en general, y los hoteleros neoyorquinos en particular. Las leyes de este mundo no se escribieron para la actividad digital.

El Pais

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