28
jan
2015

Todo empezó en Goethe. Juan Ramón, que añadió como lema a su obra unos versos del escritor alemán, y la joven Marga, que ilustró una biografía del autor de Fausto, se conocieron en un teatro. Luego, la escultora Marga Gil creó su propio espacio en la vida del poeta. Apareció, bella y fuerte, en su casa para esculpir una cabeza en piedra de Zenobia. Pero mientras trabajaba, moldeó una pasión imposible por Juan Ramón, una forma inalcanzable y acabó desenamorada de la existencia. Una tarde, desmadejada, acudió a su taller y con una maza destrozó todas sus esculturas. Después, disparó en su sien un sueño hacia la nada. Tenía apenas 24 años y una prometedora vocación.

La vida de JRJ fue su obra vocativa; la obra de Marga, su muerte voluntaria. A los dos les unía un mismo arrepentimiento artístico, una insatisfacción permanente por no lograr expresar lo que soñaban. Marga murió matando sus esculturas; JRJ dando vida sucesiva a sus versos hasta sus últimos años, en que quiso prosificar su poesía. Es más difícil despedazar un poema que una escultura. Victorio Macho no la aceptó como discípula, para no “enturbiar su talento espontáneo”. Y el padre de Marga, un duro militar, le insistía en que ilustrara El Quijote, pero ella sentía más cercanos del corazón unos Jardines lejanos. De buena gana, Juan Ramón hubiera destruido todos esos primeros libros, que Marga robaba de la Biblioteca Nacional, del Ateneo o de la casa de Marañón para que su adorado los rompiera a gusto.

El suicidio de Marga descompuso la vida del poeta, que fijo en la belleza de lo eterno, no percibió esa tragedia en su cada día. A veces, de mirar tan alto no se ve el abismo que se pisa. A Juan Ramón le dolió Marga como un vacío sin pausa, como un apasionado volumen ya deshecho. Y versificó sobre su tumba en el cementerio de Las Rozas el recuerdo de la fragilidad de la piedra, de ese gran amor cincelado como trágico Werther femenino. Desprendidos ya de toda forma, sus poemas volaron hacia lo hondo de La estación total, hacia la eterna trasparencia para amasarse en una salvadora conciencia universal.

El Pais

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